A partir de
Esperando a Godot, de Samuel Beckett
Estragón y Vladimir, Pozzo y Lucky, son “toda la humanidad”, “la humanidad… somos nosotros”.
Y dentro de las “billones” de “voces”, Pozzo y Lucky son Caín y Abel.
¿Y Estragón y Vladimir? Los dos ladrones, “crucificados al mismo tiempo que el Salvador”, sabiendo que andamos ahora “cada cual con su cruz”. De los cuatro evangelistas, uno dice que uno de los santos ladrones fue salvado, los otros tres dicen que los dos fueron condenados. ¿Se le puede creer entonces al primero? “-Todo el mundo le cree” –La gente es estúpida”. O en vez de la estupidez, la necesidad de la salvación en vez de la condena.
¿Y qué hacen entonces Estragón y Vladimir? Están allí, en “nuestra época”, “inmutable” de lágrimas y risas, “esperando a Godot”. Al Salvador.
Entre tanto, buscan matar el tiempo, el tiempo que “anda errante en la interminable noche de los grandes abismos”, del aburrimiento. Con juegos, con ejercicios, haciéndose preguntas, contradiciéndose, cantando, contándose historias, contemplando como espectadores las violencias entre Pozzo y Lucky, entre Abel y Caín, hablando “sin ton ni son, de naderías”. Y entonces parezca así que es “inútil esforzarse”.
No importa. “El problema no es este. ¿Qué hacemos aquí?, éste es el problema a plantearnos. Tenemos la suerte de saberlo. Sí, en medio de esta inmensa confusión, una sola cosa está clara: estamos esperando a Godot”.
A la salvación. Sabiendo, al fin y al cabo, entre tanta indecisión, vacilación, temores, aburrimiento, matando vanamente el tiempo, que “no somos santos, pero hemos acudido a la cita”.
Ni absurdo, ni grotesco, ni angustia, ni, finalmente, inutilidad. Acaso, el optimismo desesperado de esperar la salvación, sabiendo que está allí. Que, tal vez, no podamos alcanzarla, pero que está allí. Que, aunque nos lamentemos y quejemos, no podemos irnos. Que seguiremos esperando a Godot, a la salvación. ¿Al menos de uno de nosotros?
(Tusquets Editores. Traducción de Ana María Moix)