A partir de
Tiempo cero, de Italo Calvino
De los relatos reunidos en Tiempo cero, escojo “El conde de Montecristo”. Edmond Dantes sabe que “desde mi celda poco puedo decir acerca de cómo es este castillo de If en el que me encuentro desde hace tantos años prisionero”.
Aún así, “trabajando con hipótesis logro a veces construirme una imagen de la fortaleza tan persuasiva y minuciosa que puedo moverme en ella a mi gusto con el pensamiento”.
Ganada la libertad de su pensamiento, Edmond Dantes ve (o cree ver), inventa (o cree inventar) al Abate Faría y sus constantes intentos de fuga. Y sus planes en un plano: salir de la isla de If, entrar en la isla de Montecristo donde un tesoro se haya escondido en una gruta y con esa riqueza también llegar a la isla de Elba y liberar a Napoleón.
También descubre (o cree descubrir) que los planos del Abate “se disponen como las páginas de un manuscrito en el escritorio de un novelista”, e inventa (o cree inventar) a “Alexandre Dumas el escritor que debe entregar lo antes posible a su editor una novela en doce tomos titulada El Conde de Montecristo”, hecha de variantes posibles que forman una hipernovela, como las variantes posibles de las fugas intentadas por el Abate.
Variantes posibles que “hacen aún más complicado el cálculo de las previsiones: hay puntos en los cuales la línea que uno de nosotros va siguiendo se bifurca, se ramifica, se abre en abanico”.
En una de las variantes, “Dantes huye de la cárcel, encuentra el tesoro de Faría, se transforma en Conde de Montecristo, de pálido rostro impenetrable, dedica su implacable voluntad y sus inacabables riquezas a la venganza”.
¿Es entonces en su pensamiento, o en las infinitas bifurcaciones de caminos, o en la fuga real de su ficción, o en el poder de su riqueza, que encuentra Edmond Dantes su libertad?
(Ediciones Minotauro. Traducción: Aurora Bernárdez)