Los Artamonov, de Máximo Gorki

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Los Artamonov, de Máximo Gorki

 

Cuando Ilia Artamonov llegó a Dremov con sus tres hijos, Pedro, Nikita y Alejo, todo cambió arrasado por su fuerza. El primero en darse cuenta fue el alcalde Baimakov: “parece que este hombre ha venido a reemplazarme en la tierra”.

No se equivocaba. Murió a los pocos días, Artamonov puso en pie su fábrica de hilados, casó a Pedro con la hija del alcalde Natalia, y tomó de amante a su viuda la Baimakova. “Hubiérase dicho que éste y sus hijos habían llegado traídos por un torbellino”.

¿De dónde sacaba esa fuerza? Ilia, antiguo servidor de Príncipes,  lo sabía. “El Zar nos ha dado la libertad … En adelante cada cual dará pruebas de lo que sea capaz de hacer. La nobleza acabó para siempre”. Y a sus hijos les decía: “Habrá trabajo para vosotros, para vuestros hijos y para vuestros nietos. Trabajo para 300 años. Nosotros, los Artamonov, embelleceremos el país”. Pero quería la Rusia moderna con la Rusia rústica: “Los aldeanos son más sensatos que la gente de ciudad. Estas tienen el cuerpo débil y el espíritu fatigado. El ciudadano es ambicioso, pero sin valentía. Todo lo que emprende es mezquino, frágil. No conoce jamás el justo medio, mientras que el campesino se ajusta sólidamente a los límites de la realidad. Su verdad es sencilla: Dios, el pan, el Zar”.

Alrededor de la fábrica, construyeron una escuela, un hospital, una iglesia, una aldea obrera. Los obreros, “admiraban a ese amo emprendedor viendo en él a un mujik con suerte”.

Poco después, murió. El primogénito quedaba a cargo del negocio, pero “carecía de ardor”. Nikita atormentado por la culpa de amar a Natalia, se metió a monje. Alejo llevaba los negocios, aunque era dispendioso. Pedro se aburría a pesar de mirar con orgullo la prosperidad de la fábrica. Y se sentía solo cargando con su peso; ni su propio hijo Ilia le prestaba atención, prefiriendo juntarse con el pobre Pacha Nikonov, a quien de una patada mató Pedro por celos y preocupación porque su hijo se juntara con mala gente. La juventud era insolente: la instrucción insolenta. Y además, “la fábrica quitaba rápidamente a los jóvenes todo lo que había en ellos de rústico”, se lamentaba Pedro, repitiendo la aspiración imposible de su padre. Ilia dejó a su familia, se uniría a los socialistas.

Pedro percibía confusamente que “a su alrededor todo cambiaba imperceptible pero rápidamente; en todo, en las palabras como en los actos, se introducía la novedad y la inquietud”.

Aún así, los industriales se decían a sí mismos que “nuestra clase tiene un punto de apoyo: el rublo”. Mientras, los obreros decían entre ellos que “un negocio edificado con los brazos de los demás es un negocio perjudicial y al que hay que destruir … todo se debe a nosotros; así pues, somos nosotros los amos”.

Pedro iba siendo desplazado de la dirección de su negocio. Con Ilia fuera, se hicieron cargo su hijo Jacobo y su sobrino Miron, que después de hacer instalar la electricidad le decía despectivamente “comprenderá usted, tío, que con personas como usted, y otras semejantes, Rusia ya no puede vivir”.

No se equivocaba Miron. Pero no sería él, ingeniero, el llamado a continuar la obra industrial emprendida por el abuelo, el rudo emprendedor  Ilia, y continuada por el primogénito y hombre de industria propiamente tal, Pedro. Después de la abdicación del Zar, enfermo y encerrado en su habitación, Pedro llama a su ex sirviente Tikhon preguntándole qué sucede fuera: “-Hay guerra. -¿El enemigo ha llegado hasta aquí? – Es a ti a quien se le hace la guerra”.

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