A partir de
La autopista del sur, de Julio Cortázar
De los cuentos reunidos en “Todos los fuegos el fuego”, escojo La autopista del sur. “Todo era olor a gasolina, gritos destemplados de los jovencitos del Simca, brillo del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, y para colmo, la sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr”.
Pero detenidas en un embotellamiento infernal en plena autopista del Sur rumbo a Paris.
Días y días detenidos; avanzando pocos metros; pasando hambre, sed, frío, calor; atendiendo urgencias médicas; formándose nuevas parejas.
Del caos surgía un orden. De cada grupo de autos, se designaba un jefe para organizar la recolección de alimentos y bebidas; disciplinar cuando hacía falta; atender a los enfermos.
Más que un orden. De unidades individuales desplazándose en sus autos por la autopista, un grupo.
Para sobrellevar esos días. Para alcanzar Paris que en medio de tanta necesidad, no era más que “un retrete y dos sábanas y el agua caliente por el pecho y las piernas, y una tijera de uñas, y vino blanco … sentir olor a lavanda y a colonia”.
Repentinamente, todos se ponen en marcha, esta vez sin obstáculos, los grupos compactos de autos se desplazan a diferentes velocidades, se separan. “El grupo se había disuelto irrevocablemente, ya no volverían a repetirse los encuentros rutinarios, los mínimos rituales”.
Con todos lanzados a su destino, “se corría a ochenta kilómetros por hora … sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante”.
El grupo nace de la necesidad. Pero crea una nueva necesidad, esta vez de sí mismo. Salvo que todo se ponga en movimiento, liberándote; aunque, ¿será condición?, condicionado a mirar “exclusivamente hacia adelante”, no a tus lados.