A partir de
El matadero, de Esteban Echeverría
Abstinencia por Cuaresma según manda la Iglesia; inundaciones por la copiosa lluvia. Y una ciudad de Buenos Aires que allá por la década de 1830 queda sin animales que llevar al Matadero. Los médicos advierten que la falta de carne provocará “un síncope” en los vecinos, la Iglesia que comer carne es un pecado, originando “una especie de guerra intestina entre los estómagos y las conciencias”.
No solo al interior de cada persona. Si no, entre los vecinos. Entre los unitarios y los federales del Restaurador de las Leyes Juan Manuel de Rosas.
La Iglesia agitaba ese ambiente inusual y enrarecido: “Es el día del Juicio, el fin del mundo está por venir … Ay de vosotros unitarios impíos … La justicia del Dios de la Federación os declarará malditos”.
Ante la agitación, el Restaurador mandó proveer al Matadero, que se llenó nuevamente de gente –carniceros, achuradoras, curiosos- al grito de “¡Viva la Federación! ¡Viva el Restaurador!”.
Siguió la matanza de animales, en “aquella pequeña república por delegación del Restaurador”. Y a la matanza de animales, cruel, brutal, escenario de disputas de pobres contra pobres por restos de las reses faenadas, siguió la matanza de los hombres. Un niño es decapitado por accidente, sin que a nadie le importe.
Y cuando ya se retiraban, divisan a un “perro unitario, “un cajetilla”. Iba solo, “trotaba hacia Barracas, muy ajeno de temer peligro alguno”.
Y la conclusión es una: “La Mazorca con él”, la temible Sociedad Popular Restauradora.
En una sala, lo tusan. Lo interrogan: “-¿Por qué no traes divisa?”. –Porque no quiero. -¿No sabes que lo manda el Restaurador? –La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres”.
Podrá ser que por “el suceso anterior puede verse a las claras que el foco de la Federación estaba en el Matadero”. También, que aquel hombre libre, unitario, iba solo por las calles, y eso también, sin quererlo, “habla a las claras” en “este croquis”.