Diario de un killer sentimental, de Luis Sepúlveda

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Diario de un killer sentimental, de Luis Sepúlveda

 

Un nuevo encargo. Pero esta vez, hay algo diferente: quiere saber por qué.

“Me había inmiscuido en lo que no me importaba, me preocupaban las razones por las que debía eliminar a un hombre, acababa de golpear a un agente de la DEA y, por si fuera poco, la imagen de mi minón francés aparecía a dolorosos intervalos en mi memoria”.

Y entonces, cometió una serie de errores. Graves.

“¿Qué demonios me estaba pasando? Por primera vez en mi larga e impecable trayectoria profesional, había puesto a mi futura víctima sobre aviso, tenía probablemente a los hombres de la DEA pisándome los talones, y la mitad de los comerciantes de las tres mil tiendas del Gran Bazar estaría dando mi descripción a la policía o al ejército turcos. Maldición, me había echado encima a la mismísima OTAN”.

Aún así, cuando se encuentra con su objetivo, no duda en decirle “soy el ángel exterminador. Mi objetivo es matarte, pero no aquí”; matará dos agentes de la DEA; y cuando encuentre a su chica francesa con su objetivo, tampoco dudará sobre lo que tiene que hacer.

No importa, de todos modos, se está volviendo un sentimental.

Era hora de retirarse. “Siempre pensé que me retiraría del oficio a los cincuenta años. Todo el mundo hace proyectos para ese día. El mío era muy simple: una casa frente al mar de Bretaña, junto a mi minón francés, que me leería poemas incomprensibles mientras yo recitaba textos de boleros. Mierda. La jubilación me sorprendía solo como un náufrago. Mierda. Tenía que hacer algo para evitarlo”.

Es que “los profesionales no mezclan el trabajo con los sentimientos”, ¿o sí?

 

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