A partir de
Moby Dick, de Hermann Melville
Está el terrible mar, y la terrible ballena Moby Dick.
“¿En qué difieren el mar y la tierra, que lo que en uno es milagro no es milagroso en el otro? … el mar no sólo es enemigo del hombre, ajeno a él, sino que también de su propia progenie … No lo gobierna ninguna misericordia ni poder sino los suyos”.
Más terrible, y temible, es Moby Dick, que “había sembrado el terror por aquellos mares sin civilizar”, llegando a “hacer vacilar la fortaleza de muchos valientes cazadores”, con su “terrible cólera” no era sino “el gran demonio fugaz de los mares de la vida”.
Está también el barco ballenero que los llevaba tras la gran ballena blanca, el Pequod, también signado por lo terrible, “esa nave predestinada”, pareciendo que ya todo estaba escrito aun antes de partir de Nantucket.
Pero lo verdaderamente terrible, no estaba en esta suma de amenazas, violencias, inconmensurabilidades.
El capitán del Pequod, Ahab, había sido mutilado por Moby Dick que le arrancó una pierna. Y quería venganza. ¿Se trataba de la formidable ballena? No, de sus emociones. “Me ocupa, me abruma, la veo con fuerza insultante, fortalecida por una malicia insondable. Esa cosa inescrutable es lo que odio más que nada … y quiero desahogar en ella este odio”.
Y la trasciende concentrando en ella su odio, al desafiar a los dioses. “¡Lo que he osado, lo he querido; y lo que he querido, lo haré! Me creen loco: Starbuck lo cree; pero soy demoníaco; ¡soy la locura enloquecida! La profecía era que fuera desmembrado, y ¡sí!, he perdido la pierna. Ahora yo profetizo que desmembraré a mi desmembradora. Ahora, entonces, , sean uno el profeta y el realizador. Eso es más de lo que jamás fuisteis vosotros, oh grandes dioses. Me río de vosotros y os abucheo
Aunque, tal vez, la verdadera contienda esté en otra parte. Se lo dice su segundo, el primer oficial del Pequod, Starbuck: “que Ahab se cuide de Ahab”.
Lo verdaderamente terrible, de estar, está en el alma del hombre, aquel obsesivamente atormentado, con sed de venganza, con odio ciego, autoritario y poderoso; que llega a –pretende- rivalizar con Dios.
(Libro Amigo. Bruguera. Traducción de José María Valverde)