Washington DC, de Gore Vidal

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Washington DC, de Gore Vidal

 

Peter Sanford, hijo del escandalosamente rico y dueño del “Washington Tribune”, Blaise, terminó siendo el editor de la izquierdista “The American Idea”. ¿Era porque llegaba el fin de la “generación dorada” de jóvenes ricos tras la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el maccarthismo, la necesidad de tranquilidad de los ciudadanos después de todos estos eventos, la conspiración golpista anti Roosevelt para enfrentar al comunismo, la emergencia de Estados Unidos como “dueño del mundo”? ¿Era por rivalidad con su poderoso y despiadado padre, para quien el único criterio eran sus intereses y la ambición de poder, que encarnaba su yerno, Clay Overburrie, casado con su hija Enid, hermana de Peter? ¿Era porque, como para los de su clase, la política era un juego y no una actividad moral? ¿Era porque siendo esto rechazaba esto, pero, comprobando, desilusión tras desilusión, que “el poder era irresistible”, solo le quedaba decir “no” o hundirse?

Peter descubrió y escribió en sus páginas “sobre el empleo que se hacía en política del dinero y la publicidad”.

Cuando Clay Overburrie decidió traicionar a su padre político, el senador Burden Day compitiendo contra él por un asiento en el Senado –“como un hijo que iba a derribarlo, como correspondía a la leyenda, para ocupar su alto sitial”-, lo hizo amenazando al antiguo senador con dar a conocer el soborno que años atrás aceptó del petrolero Nillson. El dinero en la política. Que no se limitaba al efectivo: “Blaise confió una vez a Clay que, aunque en Washington había hombres que no podían comprarse ni por un millón de dólares en efectivo, no había uno solo que pudiera resistir la perspectiva de hacer un crucero en yate en compañía de luminarias del cine, por ejemplo”.

Indignado, Peter dio a conocer que Clay era una construcción de su padre, con millones de dólares, cientos de artículos periodísticos y hasta una película, sobre el papel heroico –pero inventado- de la joven promesa durante la Segunda Guerra Mundial. La publicidad en la política.

Había más. Lo que no dio a conocer. Blaise y Clay declararon a Enid loca y la hicieron encerrar porque ella quería divorciarse perjudicando la carrera política que habían planificado paso a paso, llevándola a la muerte.

Había más. El secreto terrible de Peter y Enid, que Clay le echó en cara a su cuñado, dejándolo callado, delante de Aeneas el ex colaborador de “The American Idea” que había enseñado la moral de la política a Peter y que ahora escribiría un libro para preparar la futura aspiración presidencial de Clay. Lo que le descubrió al ex izquierdista esa oscura relación entre la clase media y la alta, que “los sueños culpables de la una revelaban súbitamente las acciones esenciales de la otra”.

No solo en la vida privada. También en la vida pública; por eso el público aceptaba la fabricación publicitaria de candidatos y los sobornos; su criterio era alcanzar el éxito, no otra cosa. “Los hombres de hoy día no conocían causas sino intereses, no admitían criterio sino el éxito, rendían culto no a los dioses sino a la ambición”. Lo que tal vez respondía a la pregunta de Peter: “¿Por qué lo que escribí sobre Clay causó tan poco efecto? Era la verdad, y era devastadora”.

Había otra respuesta, que la larga experiencia de Burden Day le transmitió: “Cree que basta con tener la razón. Nunca es suficiente”.

Había todavía otra respuesta. Para Burden “la política era tan terriblemente retorcida y daba muchas vueltas para sobrevivir, y durante el proceso aún la más simple de las metas proyectadas se perdía de vista … y entre tanto la eternidad se burlaba de todo. Ya que presidentes, senadores y Sus Majestades estaban destinados a alimentar a los gusanos, ¿qué podía importar nada de eso? Sabía que este interrogante era el origen del verdadero mal”.

Si el poder era irresistible, con el empleo del dinero y la publicidad –sobornos, corrupción, políticos fabricados como productos en venta-, con crímenes públicos y privados, con el público secretamente aspirando lo que hacen los poderosos, con un cinismo que permitía todo el mal. Si tener la razón no es suficiente. ¿Entonces, qué? ¿Basta como para Peter, al final, “lo que sabía sobre la condición humana: que las generaciones de hombres vienen y se van y son en la eternidad no más que unas bacterias sobre un portaobjetos luminoso; y la caída de una república o un imperio importante sólo para los que están implicados …  o, con suerte, convertirse en alguna otra cosa, puesto que el cambio es inherente a la naturaleza de la vida y constituye su esperanza”?

Tal vez, más pragmáticamente, como se había dicho en una ocasión, saber que “en el momento que dejara de decir ‘no’ se hundiría”.

 

(Zig- zag. Traducción de Hena Eck)

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