A partir de
Cárcel de mujeres, de María Carolina Geel
Allí están. María Patas Verdes con una “linda y fresca voz ineducada”, con “su risa hermosa y plebeya”. Adelaida con sus amores y celos lésbicos que “saturan de pasión su vida”.
Allí están. El Patio de las Guaguas. El Pensionado, donde observa la pobreza de las presas como ella. El Patio por Días. El Proceso. El Pabellón de las Condenadas.
Estaba allí, también, ella. Con “el propósito rígido, impávido, de aceptar todo el mal que venga”.
¿Por qué? Porque, parece ser, es hora de dejar paso a las preguntas, a los “¿por qué?” que la acompañan en las noches de gritos repentinos y destemplados, tan atemorizantes como los silencios que los siguen; tanto como las historias que conoce y observa en esa cárcel de mujeres administrada por bondadosas monjas.
“Mi vida, ¿qué fue? Timidez, huida de la vulgaridad, temor del hombre, anhelo de un aticismo que no hallé jamás. Soledad”.
¿Estaban las razones de su crimen en esta vida suya? O estaban, como descubrió entre las presas, “en la palabra destino, esa palabra se agiganta callada, extendiendo la fatalidad de sus tentáculos hasta estrangular la vida”, ya que “los actos nacen con uno”.
Quizás en que “algo monstruoso alienta en mi ser”.
Quizás en algo allá afuera que te atenaza y que percibió cuando él le dijo que la persona que les impedía estar juntos había muerto, diciéndose entonces que “todo el bien que pudiera darme no alcanzaría a desplazar la espantosa miseria moral que el matrimonio llega a infiltrar en los seres … allí estaba él con la fija idea del matrimonio, y acá estaba yo con mi terror por éste”.
O en su altanero desprecio, sabiendo que lo había elegido por “lo que no lo acercaría jamás a mí y que, por lo mismo, no pudiera desolarme por la frustración de grandes ilusiones”, con esa su “sencillez”, con esa “inferioridad suya”, con esa su “simpatía intranscendente”.
Al mismo tiempo, al revés, en el inocultable desprecio por sí misma, sabiendo que fue “como si un fenómeno de precipitación, conseguido por un agente ignorado que aguardaba dentro de su alma, yo hubiera resumido en él toda la desventura que conocí en la vida”.
Pero, en realidad, ¿importa todo esto?
Cuando le vuelve la imagen del acto en que lo mató, “todo ante ella es poquedad, futileza, miseria; todo: tu angustia, tu monstruosidad; también tu fatiga y tu muerte”.
Importa, sí importa, precisamente porque “los actos nacen con uno”, pero no fatales portadores de un sino, en cambio, plenos de aciertos y errores; también, de reparaciones y posibilidades de volver a empezar.