A partir de
El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago
Noche de Año Nuevo de 1936, Ricardo Reis pasea, vuelve a la habitación de su hotel, allí está, esperándolo, Fernando Pessoa, muerto unas semanas antes. “dijo Hola, aunque dudó que le respondiera, no siempre el absurdo respeta a la lógica”.
¿Sería un absurdo?
Varias veces volvería a encontrarlo, en medio de una Europa caótica, con el ascenso de Salazar, la guerra civil española, el ascenso de Hitler, la guerra de Mussolini, la rebelión de la Marina portuguesa contra el dictador. En medio, también, de su amor dividido entre Lidia y Marcenda, “la huésped y la camarera, la rica y la pobre”, aquella recatadamente poniendo distancia, ésta respetuosamente rompiendo toda distancia. Y el sin poder decidirse.
Acaso porque es como “sus odas, una poetización del orden … la agitación de los hombres es siempre vana, los dioses son sabios e indiferentes”. Porque debe preguntarle a Pessoa sobre los hombres, en ese orden, “cuál es el papel de los hombres, , Perturbar el orden, corregir el destino”. ¿Podrá?
¿Podrá, él? El, un espectador, dominado por la desidia. Un solitario. “El “desamparado de la suerte”, que nada ambiciona. Que se lamenta, y se limita a registrar que para él, “veinticuatro horas para que pase un día, y cuando se llega al final se da uno cuenta de que no ha valido la pena, al día siguiente volverá a ser igual, sería mejor saltar por encima de la semanas inútiles para vivir una sola hora de plenitud, un minuto fulgurante”.
Por esto se lamenta, aunque lo agiten sus amores, aunque lo agite una Europa convulsionada, aunque supo, pudo atisbar, que se puede “querer por el deseo lo que no se puede querer por la voluntad”, y haberse encontrado con Fernando Pessoa, ya muerto.
(Alfaguara. De la traducción: Basilio Losada)