A partir de El Sur, de Jorge Luis Borges
Había sido, su abuelo paterno, el pastor evangélico Johannes Dahlmann, y el materno, Francisco Flores, del segundo de infantería de línea que murió en la frontera lanceado por indios de Catriel. “En la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica”.
Alejándolo de aquella elección -“ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”-, un mínimo accidente fortuito lo dejó en el sanatorio con una septicemia. “Estaba en el infierno. Ocho días pasaron como ocho siglos … El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura”.
Recuperado, partió rumbo a su estancia. “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme”.
En el tren sacó, al fin y al cabo era “secretario de una biblioteca municipal”, Las mil y una noches. “La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se deja simplemente vivir”.
El tren se detiene antes. Se baja, entra a un almacén. Unos peones lo provocan. Un gaucho de otra mesa, “en el que Dahlmann vio una cifra del Sur”, le tiró una daga. “Sintió que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta”.
¿Podemos, eligiendo nuestro linaje, elegir nuestro destino, dejar la biblioteca para ir a la frontera, por ejemplo; o desplazarse de este nuestro mundo a uno más antiguo? ¿Y si sufrimos una mínima distracción? Podemos, acaso, elegir la felicidad de las mañanas, del hecho de ser, de dejarse simplemente vivir.