Kentukis, de Samanta Schweblin

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Kentukis, de Samanta Schweblin

 

Es sí, claro, esa especial tecnología. Es también, esa manera de relacionarnos con estas nuevas tecnologías.

Es: una desplazada dialéctica del amo y el esclavo: harta de su kentuki su amiga le dijo que lo destrozara, pero Alina no quería eso, lo que quería era imponer ella por dónde y cuándo podía moverse: “Era indignante que no fuera ‘el amo’ el que pudiera imponer sus tiempos” / una reformulada relación entre “ser” y “tener”: “ser” un kentuki te habilita a mirar anónimamente, aunque casi pasivamente: no puedes comunicarte, aunque toda regla se rompe; “tener” un kentuki te habilita a ser mirado, pero más activamente, pudiendo decidir que mostrar y que no, pudiendo ser el que encuentre como romper la regla de la incomunicación /una compañía, “para el viejo, lo ayudaría a distraerse y hasta podría recordarle los horarios de los medicamentos” / “la desmesurada exposición de su intimidad” / un nuevo modo de relacionarse: A Enzo “le habían explicado que el kentuki era ‘alguien’ … Se había acostumbrado a su compañía. Le comentaba las noticias” / un nuevo modo de no relacionarse: Al abrir y conectar su kentuki, lo saludó “hola” sin recibir respuesta: “El kentuki parecía no poder hablar” / una potencial extorsión, que afectó a Robin debiendo pagar para que no se difundieran sus intimidades / una distracción para la fastidiada y celosa Alina, harta de ser “la mujer de” el famoso artista Sven / una nueva fuente de inseguridad: “Lo que quería saber … era qué tipo de reglamentación implementaría el gobierno con una cosa así … tener un kentuki circulando por ahí era lo mismo que darle las llaves de tu casa a un desconocido” / un nuevo modo de vivir: Marvin desde su casa en Antigua con su kentuki liberado en Noruega intentando llegar a la nieve “podía vivir el resto de su vida en ella sin que siquiera le diera un poquito de frío” / una nueva política: “¡liberen al kentuki!” denunciando a los “¡amos explotadores!” / un nuevo deseo: “Quizá algunos amos hacían para sus kentukis lo que no podían hacer para sí mismos” / nuevas sexualidades: el sexo con kentukis / una fuga posible: de los bombazos en Sierra Leona a aquella fiesta en aquel país / una oportunidad de hacer el bien, o casi: Nikolina descubrió la localidad de las niñas raptadas para extorsión y otras maldades / una oportunidad de hacer el mal extendiendo el alcance para viejas perversiones.

Todas, o casi todas las posibilidades con estas nuevas tecnologías.

Todas, o casi todas las alternativas: romperlas para liberarse de ellas, como debió hacer Enzo / querer escapar de este mundo, como Alina / saber, o intentar, ponerle límites, como Emilia.

Para al final caer en la cuenta: “¿de qué se trata esa estúpida idea de los kentukis? … ¿por qué las historias eran tan pequeñas, tan minuciosamente íntimas, mezquinas y previsibles?”.

Pero, ¿es qué están las historias pequeñas condenadas a su pequeñez? ¿Y si Emilia, por poner un caso, con la sabiduría de sus años, “ella, de otra generación y con toda una vida alejada de las tecnologías”, hubiera levantado su voz? Y por el contrario: ¿son realmente pequeñas las historias pequeñas?, ¿o no está ahora el mundo poblado de kentukis?

 

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