A partir de
Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautreamont
El sapo le dirá a Maldoror: “¿con qué derecho vienes a esta tierra para escarnecer a los que la habitan, despojo corrompido, juguete del escepticismo?”.
Maldoror trata de explicárselo, ya que “fue bueno durante los primeros años de su vida en que conoció la felicidad”. Pero más tarde “descubrió que había nacido malo”.
Y describe el catálogo de las maldades que ejerció o que observó con aprobación: el dolor provocado a un niño, el asesinato de un amigo, la seducción de un adolescente para matarlo, la violación de una niña, la pederastia que honra pero que, también, padeció (“era una noche de invierno … el Creador abrió su puerta en medio de las tinieblas e hizo entrar a un pederasta”).
Lo justifica.
Sin embargo, trata de explicárselo. Se trata de una “fatalidad extraordinaria …un poder más fuerte que la voluntad”. De “las delicias de la crueldad. Delicias ni efímeras ni artificiales, sino que, nacidas con el hombre, terminarán cuando él termine”. De “nuestra furibunda impotencia y el ardiente deseo de alcanzar el infinito por cualquier medio, por insensato que fuere”. De “un orgullo inconmensurable (que) lo tortura, como otrora a Satán, y que querría equipararse a Dios”.
¡Dios! Allí, allí residiría la explicación: “He visto al Creador, acuciando su crueldad inútil, provocar incendios en los que perecían ancianos y niños … ¿quién sino él me suministra las acusaciones contra él mismo?”. Lo ha oído decir, al tiempo que devoraba unos seres humanos que “Os he creado, por lo tanto tengo el derecho de hacer con vosotros lo que quiera. No me habéis hecho nada. Os hago sufrir por mi propio placer”.
O es el hombre, pero en connivencia con Dios: “Mi poesía tendrá por objeto atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no debería haber engendrado semejante carroña”.
Está Maldoror lleno de odio. Mira sus Cantos, cae en la cuenta que “mis razonamientos chocan a veces contra los cascabeles de la locura, y la apariencia seria de lo que al fin de cuentas solo es grotesco”. Llega a lamentarse también: “Lo que nadie desearía para su propia existencia me ha tocado en suerte a mí en un desigual reparto”.
Haciendo suyo todo lo que rechaza, no comprende, sufre, lo que hace es transformar su desafío en algo “grotesco” y estéril.
(Argonauta. Traducción de Aldo Pellegrini)