A partir de
Aguas primaverales, de Ernest Hemingway
“NOTA DEL AUTOR … Mr. H. G. Wells, que vino a visitarnos el otro día (uno se abre paso en el mundo de las letras, ¿eh, lector?) nos preguntó si nuestro lector, es decir, tú mismo –date cuenta, H.G. Wells hablando de ti en nuestra casa-, pues H. G. Wells nos preguntaba si nuestro lector no iba a encontrar este relato demasiado autobiográfico. Te ruego, lector, que deseches esta idea de la cabeza”.
Tomemos entonces las manos del obrero de la fábrica de bombas de agua Yogi Johnson, salgamos con él de la fábrica -¿por qué salieron ese día de la fábrica, es que se acercaba la primavera?-, deambulemos por Petoskey y los dos indios que encontró en el camino. Entremos con ellos al acogedor club indio con un retrato de cuerpo entero de Longfellow. Escuchemos sus conversaciones sobre el libro de Sherwood Anderson y la guerra. “Nadie, sin embargo, debe escribir sobre este tema si, al menos, no dispone de testigos directos. La literatura produce un efecto demasiado fuerte sobre el espíritu de la gente”, para él, era algo más simple: “la guerra había sido como un partido de futbol americano”: algo “violentamente desagradable”. Siguen su deambular. “Andar está bien, si se iba a algún sitio. Hombre andando, andando, y ¿a dónde llegaban? A ningún maldito lugar”. Salvo, poco después, a la taberna. Donde algo, agitó los ánimos de Yogi.
Tomemos la mano del escritor Scripps O’Neill, obrero a destajo en la misma fábrica, abandonado por su mujer que queda prendado de Diana, la camarera de la misma taberna, poniendo su mano sobre la de ella apenas al día siguiente: “que esta sea nuestra ceremonia matrimonial”, para enseguida quedar prendado de la otra camarera Mandy, con sus anécdotas de Henry James, y por más que Diana compró el Suplemento Literario del New York Times y otros, no hubo caso, imposible recuperarlo, hasta que Scripps señaló a Mandy ahora como su mujer. Pero algo también agitó su alma.
“Cuando llega el invierno, la primavera no anda lejos”.
Fue una squaw, una mujer india, que entró a la taberna desnuda, solo con sus mocasines puestos, cargando un niño y su perro esquimal. “No llevaba vestidos, porque no le gustaban. Valiente, desafiando las noches de invierno. Con la llegada de la primavera había que esperarlo todo”.
“NOTA DEL AUTOR DIRIGIDA AL LECTOR … A lo mejor te gusta. Al menos, así lo espero. Y, si efectivamente, tiene la suerte de gustarte, lector, al igual que el resto de la historia, ¿serías tan amable de hablar de ella a tus amigos para incitarlos a comprar el libro? Solo cobro veinte centavos”.
Pago, aunque sea para saber, para recordar, para saber, querer, que, “cuando llega el invierno, la primavera no anda lejos”.
(Planeta. Traducción de María Tubau)