A partir de
Teresa Batista cansada de guerra, de Jorge Amado
Teresa Batista con doce años brutalizada y violada por el capitán Justo, mejor dicho –y baste con decir que cuelga de su cuello un collar con argollas de oro, una por cada niña virgen desflorada con violencia-, el “demonio Justo”, a quien la vendió su tía, y salió su tío para cazarla mientras huía de esto. Más tarde, sola frente al capitán, primero fue resistir con la fuerza de su odio, después someterse con el miedo hasta los huesos. ¿Y cómo no, después de este horror, y lo que seguiría: “peste y hambre, guerra y muerte”?
Algo, alguien, parecería salvarla: Daniel, el hijo del juez, logrando engañar al capitán, y pudiendo Teresa conocer el sexo sin miedo, sin violencia, el goce. Esa noche, “Teresa empezó siendo una mujer y acabó siendo otra”. Descubiertos una noche por el capitán, Daniel huyó dejando sola a Teresa frente a la temible bestia, a la que mató de un cuchillazo: “Teresa de pie, la mano levantada, un relámpago en los ojos, la belleza deslumbrante y el odio desmedido … ¡El miedo se acabó capitán!”.
¿Fue el odio, fue el amor que entrevió, lo que la liberó? Seguirían goces y desventuras, alegrías y desgracias, cansancio e indiferencia.
Después, fue de aquí para allá. Pero iba y venía sin rumbo, insatisfecha. Y molesta, pues había quedado “con la manía de no soportar las injusticias, metiéndose donde no la llamaban en el deseo de arreglar los entuertos ajenos”. Fue heroína de la terrible guerra contra la viruela.
Más tarde, la reparación con el doctor Emiliano Guedes. Al final, el reencuentro con su amor, el maestro Januario Gereba, ogún del Candomblé de Bogún.
Lo que la liberó fue tal vez, más simplemente, que “Teresa nunca se doblegó a su mala estrella”, y pudo entonces volver a ser “Teresa toda entera, sonriente y a toda vela”. O fue acaso la reparación dejándola “antes encerrada en sí misma, ahora abierta en risas”.
(Editorial Losada. Traducción de Estela dos Santos)