A partir de
El océano, de John Cheever
“Ah, mundo, mundo, mundo maravilloso y desconcertante, ¿cuándo empezaron mis problemas?”
Con 46 años, su empresa lo despidió después de haber logrado una eficiente fusión con otra. No quedó con dificultades económicas, sí, con un intenso desequilibrio. Ahora “pasaba más de la mitad del tiempo observando las tribulaciones de Cora y el desorganizado funcionamiento de la casa”. Es que “yo no hubiese notado nada de todo esto si hubiese continuado absorto en mi trabajo y volviendo por als tardes a casa muerto de cansancio. Conseguir un saludable equilibrio entre movimiento y observación era casi imposible al quedar mis oportunidades para la acción tan repentinamente truncadas”.
Y Cora, parecía, ¿o él así lo creía?, querer asesinarlo. Una tarde, ¿por error?, puso gasolina en lugar de aceite en la ensalada, otra vez, pareció ver que la sazonaba con pesticida.
En una empresa, en la que incluso era valorado, al decidirse a re-equilibrar las cosas y pretender volver a trabajar, le respondieron que buscaban “juventud e inexperiencia”.
Su hija Flora, a quien llamaba pidiéndole ayuda pero terminaba criticando su estilo de vida que él no podía comprender ni compartir, le respondía: “recuerda tu promesa: prometiste dejarme en paz”.
Una noche, “desperté a las tres sintiéndome terriblemente triste, y nada dispuesto a consagrarme ni a la tristeza, ni a la locura, ni a la melancolía, ni a la desesperación. Deseaba saborear triunfos, quería volver a descubrir el amor; salir al encuentro de todo lo que existe de sincero, de radiante y de cristalino en el mundo. La palabra ‘amor’, el impulso de amar, fue creciendo dentro de mí en algún sitio por encima de la cintura … Aquella tremenda ola de vitalidad no cabía dentro de la ortografía tradicional, así que cogí uno de esos rotuladores indelebles para marcar la ropa y escribí ‘amor’ en la pared. Escribí ‘amor’ en la escalera, y ‘amor’ en la despensa, en el horno, en la lavadora, y en la cafetera; y cuando Cora bajase por la mañana (yo no estaría allí), donde quiera que mirase leería ‘amor’, ‘amor’, ‘amor’”.
Parece a veces que la ola de vitalidad que puede arrebatarnos cuando decidimos no dejarnos vencer, no tiene cabida, ya no solo en la ortografía tradicional, sino, tristemente, en la realidad que circundamos, pudiendo, apenas, proclamarla.
(Literatura Random House. Traducción de José Luis López Muñoz y Jaime Zulaika Goicoechea)