A partir de
La nave de tres pisos, en Italo Calvino Cuentos populares italianos
La casual fortuna. Que el rey de Inglaterra se encontrara ante la Iglesia y apadrinara al recién nacido del matrimonio de campesinos pobres. Al volver a su reino, dejó una carta para que leyera al concluir su educación años más tarde: que vaya a visitarlo, cuidándose en el camino de tres peligros.
Los peligros. Que siempre se atraviesan y vienen entremezclados, unos fáciles de identificar: los que venían de la mano del cojo y del bizco. Otros ocultos, los que venían de la mano del tiñoso, que con amenazas lo obligó de presentarse al rey como su criado y a él, el tiñoso, como el ahijado del rey.
Los malvados y los inocentes. Que son aprovechadores y cobardes, y cuando el rey preguntó a su supuesto ahijado si rescataría a su hija secuestrada, mandó a su criado que lo hiciera. No había en la inocencia valentía, apenas disposición. Y esta no bastaba para tan peligrosa misión.
¿Qué necesitaba, cómo vencer donde todos habían sido derrotados? Necesitaba cambiar de soluciones. Necesitaba de la astucia que viene con la sabiduría de la edad. Un anciano marinero le propuso llevar no ejércitos como todos hasta entonces lo habían hecho, sino, conquistar aliados. Se detuvieron en la Isla de los ratones, en la Isla de las Hormigas, en la isla de los Buitres, que, a cambio de alimentos ante su hambruna, le prometieron su ayuda.
La malvada reina de la Isla donde estaba secuestrada la hija del rey solo la entregaría si vencía tres obstáculos imposibles, que venció con la ayuda de sus tres imposibles aliados, haciendo posible lo imposible. Donde fueron derrotados los ejércitos, triunfaron la inocencia, la astucia y la sabiduría de la edad.
La envidia vengativa del tiñoso dio su último golpe mandando apuñalar al ahijado a su vuelta, y esta vez, con el agua de la larga vida que habían traído de la isla, el anciano marinero lo volvió a la vida, culminando la victoria sobre los peligros la fuerza de la purificación.
Con el toque de la casual buena fortuna, con el cambio ante los repetidos fracasos, con el consejo sabio –sabemos que solos no podemos, pero sabemos que podemos así volver posible lo imposible.
(Siruela. Traducción de Carlos Gardini)