A partir de

El país donde nunca se muere, en Italo Calvino Cuentos populares italianos

Fue su firme decisión abandonar su país y su familia para ir en busca del país donde nunca se muere.

Con firmeza rechazó la oferta del anciano con barba hasta el pecho que le ofreció permanecer con él sin morir hasta que termine de transportar en una carretilla piedra por piedra de una montaña, lo que le llevaría cien años. También rechazó el ofrecimiento del anciano con barba hasta el ombligo que durante doscientos años, lo que le tomaría desmontar un bosque entero con su honcejo, viviría. Y al anciano con barba hasta las rodillas que tardaría trescientos años en morir, lo que su pato tardaría en secar un mar con su pico.

Llegó finalmente al país en que nunca se muere, fue recibido, no solo pasaban los siglos, vivía como un señor. La nostalgia le hizo tomar otra decisión: visitar a sus parientes, y aunque hayan muerto los hijos de sus hijos quería volver a ver su tierra, aunque, para no morir, nunca debería bajar del caballo blanco que tiene la virtud de correr como el viento. Montó, fue hasta allí, nada pudo reconocer y entonces regresó.

Una nueva decisión, esta vez fatal, lo hizo apearse: la muerte disfrazada de carretero pidiéndole ayuda, conmovido descendió y al instante se murió.

El país donde nunca se muere existe, por allí; y también largas vidas hasta tres veces centenarias. No hay entonces fatalidad; hay decisiones; algunas de ellas, fatales.

(Siruela. Traducción de Carlos Gardini)