El cielo enjaulado, de Christine Leunens

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El cielo enjaulado, de Christine Leunens

 

Cuando a los 11 años Johannes Ewald Detlef Betzler quiso quedarse entre aquella multitud “con banderas (que) tenían símbolos que parecían a punto de empezar a girar si soplaba el viento”, y que escuchaba enfervorizada a Hitler, el padre no lo dejó: “ese hombre es alguien que no le concierne a un niñito como tú”.

Pero, después de aprobar los austríacos por 99,3% la anexión al Reich en un referéndum, supo que “mi padre se equivocaba”. Poco después ingresaría a la Jungvolk, la sección infantil de las Hitlerjugend.

Por eso, su madre, que escondió a Elsa Korz en el piso de arriba, detrás de un tabique, también se escondió ella misma de su hijo, ferviente admirador del Führer, y todo lo hacía en secreto.

Como fue un secreto cuando Johannes descubrió a Elsa. No sólo mantuvo en secreto su descubrimiento, hasta que fue inevitable hablarlo, sino que también mantuvo en secreto que se enamoró de ella. A tal punto, que ni la muerte de su padre, ni el ahorcamiento de su madre junto a los traidores de la resistencia austríaca, lo afectó en algo.

Estaba dedicado a Elsa. Tan absorbido por ella, que no se sabía si ella se ocupaba de él –aun viviendo entre tabiques-, o él de ella.

Sintió el temor de perderla. Y dio el paso fatal: “Sabía que, cuanto más desesperada fuese su situación, más probabilidades tenía yo. Sólo debía alimentar su aflicción y presentarme ante sus ojos como su única esperanza de salvarse”. Fue entonces que, al terminar la guerra, le dijo que “nosotros”, los nazis, habían ganado. Que debía permanecer allí oculta.

Una vida de mentiras comenzaba. Años más tarde, amagaría varias veces con decirle la verdad. Ella lo frenaba: la vida, le decía, “es una mentira colectiva, quizá la mejor definición del hombre, de la humanidad. No somos ‘los fabricantes de herramientas’; somos los fabricantes de mentiras”.

Rondaron el tema, casi filosófico, aunque enmascaraba la despiadada crueldad, que puede recubrirse de mentiras, pero, ante esta tan humana, tan propiamente humana, tan terriblemente humana característica, ¿acaso importan aquellas disquisiciones?

 

(Espasa. Traducción de Claudia Conde)

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