A partir de
Azabache, de Anna Sewell
Azabache fue Negrito, fue Jack, fue Compinche. Cada nombre, el de un amo diferente. Cada amo, una porción de los horrores y bondades de las personas.
El maltratador que a latigazos y bastonazos maltrataba a sus caballos. Y el bondadoso que sorprendiendo a aquel advertía que “seremos juzgados según nos comportemos con nuestros semejantes, ya se trate de seres humanos o de animales”.
Sí, semejantes los humanos, semejantes los animales; o “amigos, como con justicia les corresponde” ser considerados y tratados.
Semejantes, pero no a todos. Cuando un joven cuidador denunció a otro maltratador teme lo castiguen, aunque encontró como respuesta que “estoy de acuerdo contigo la crueldad y la opresión no pueden silenciarse. Procediste bien, muchacho”. Es que este mundo anda tan mal “porque la gente se ocupa solo de sus asuntos y no quiere tomarse la molestia de salir en defensa de los oprimidos”.
Con la facultad de la razón los humanos, pero insensibles –algunos de ellos- a los sufrimientos de Azabache y otros caballos a los que lo sometían algunos de sus diferentes amos. Algunos de ellos, pero no todos Azabache también era sensible a la bondad: “me parecía increíble que me trataran de nuevo con cariño y ternura”. Sin palabras, lo agradecía, acercando su cabeza a estos amos.
Saberse semejantes con los animales, mudos de palabras, no insensibles. Admitirse semejantes. Y entonces ser juzgados.