A partir de
Matilde, de Carola Martínez Arroyo
“Y piensa que mejor no le dice a nadie que cada vez lo recuerda un poco menos. Que su cara y especialmente su voz se le van borrando. Y que todas las noches hace un recuento de sus historias para que él no se le vaya”.
Pero no se le irá. Está presente en la multitud de precauciones y cuidados que deben tomar. No hablar de Pinochet en la escuela, ni con los vecinos. Ni de su papá, salvo que está de viaje. Salir corriendo, después de salir a cacerolear con la abuela y la mamá.
Está presente en la búsqueda de la mamá. En el llanto de la abuela. En las visitas del padrino. En las historias de él que pide le cuenten una y otra vez.
Está presente en las fotos cuando marchan. Está presente en su recuerdo de aquella noche cuando se escaparon saltando el muro y pasando de techo en techo.
Cuando va a cumplir 9 años, está presente en la voz de su abuela que Matilde escucha “alejarse de si pieza maldiciendo a todos los militares que no la dejan celebrar a su nieta y la obligan a hacerse grande antes de tiempo”.
Y un día le pone nombre a todo lo que pasa a su alrededor y no entiende: “¿mamá que es un desaparecido”?”. No entiende pero lo siente, le duele y ya sabe. “En esos momentos abraza a su osito fuerte. Y al rato todo es otra vez normal”.
Cuando, tristemente, nombrar es saber lo que ya sabes.
El texto asusta ya desde la imagen de la tapa. Poner nombre es verificar. La cancion de Serrat dice: «Nunca es trisre la verdad, lo que no tiene es remedio»
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