Germinal, de Emile Zola

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Germinal, de Emile Zola

De un lado, la Compañía, que es rica. Maneja millones y millones, tiene 19 minas, 13 en explotación, 10.000 obreros, extracción de 5.000 toneladas diarias, un ferrocarril, taller y fábricas, todo extendido en 60 municipios.

Del otro lado, sus obreros viviendo en la miseria. Allí en Montsou, en el poblado minero Deux- Cent- Quarante, viven los Maheu, que trabajan a destajo con su cuadrilla desde hace 106 años, comenzando por el bisabuelo, en la mina del Voreaux, “ese dios puesto de cuclillas y devorando siempre y al cual diez mil hambrientos le daban su carne”.

Con la crisis industrial que provoca despidos, llega Etienne Lantier, maquinista. Lo contratan. En su primer día de trabajo padece los abusos de los jefes, capataces, el descuento y mal trato. Pero solo oye gruñidos. “La fuerza de la jerarquía era lo único que les contenía, esa disciplina militar que desde el niño minero al capataz jefe les forzaba a someterse unos a otros”.

Pero esa fuerza vacilaría. Con la crisis, con los despidos, con los abusos cotidianos, germinaba un malestar. Y ahora agravado con la decisión de la Compañía de cambiar las condiciones de trabajo, rebajando el precio del volquete y obligándolos a destinar más tiempo al entibado.

Vacilaría esa fuerza ante la necesidad de hacerles frente, que transformaría el malestar en huelga. Etienne,  se escribe con Pluchart, representante de la Internacional, que lo va guiando en su formación en las ideas de Carlos Marx, y que decide, impulsar una caja de previsión para afrontar necesidades, incluyendo una huelga, y que se extendería hasta el programa comunista de hacerse los obreros del gobierno, la colectivización, una vida nueva. Rasseneur, posadero, ex minero, apoyaba algo tibiamente las demandas obreras. Souvarine, el ruso que trabajaba allí como maquinista, seguía las ideas de Bakunin y proponía la destrucción de todo lavar todo con sangre y fuego para que renazca así la nueva sociedad. En las amigables discusiones, Etienne se impondría. La huelga se declara –ante la crisis le conviene al inicio también a la Compañía-. La decisión, valentía, resistencia obrera estremecen. También la miseria al extenderse el hambre, las vacilaciones, las disputas inevitables entre los compañeros, las disputas por vanidades y diferencias entre los líderes, la desesperación con el paso de las semanas y los meses.  “¿Es posible tanta desdicha sólo por querer que se haga justicia?”.

Y con el paso de las semanas y los meses, vence la Compañía. Dramática, dolorosa derrota obrera. Aun así, un episodio.

Lo que germinaba, después de estos primeros frutos, era la idea de una sociedad donde manden los obreros, sin explotación, sin miseria, en el albor del siglo XX.

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