
A partir de
El amante japonés, Isabel Allende
La vejez
Irina Bazili, nacida en Moldavia, en su infancia fue feliz, “antes de que se le desordenara el destino”. Ahora, este 2010 y con 23 años, ingresó a trabajar a la residencia para ancianos que se quería diversa y plural Lark House, en las afueras de Berkeley, a cargo de Hans Voigt.
Pronto sabrá también de la depresión y de “el peor flagelo de la vejez: la soledad”. Aunque también sabría “que la edad, con sus limitaciones, no impedía divertirse y participar en el ruido de la existencia”. Todos habían sido progresistas y todavía “se daban cita en una esquina de la plaza del barrio frente al cuartelillo de policía, con sus bastones, andadores y sillas de ruedas, enarbolando carteles contra la guerra o el calentamiento global”.
Alma Belasco, del primer piso, los independientes con departamento propio y que podían ir y venir, y además rica, la contrató de secretaria después del término de su hora en Lark House. Su nieto Seth Belasco, queriendo escribir una novela sobre la historia de los Belasco y la historia de San Francisco, se enamoró de Irina de inmediato. Para ayudarle en su novela, Alma le contaba todas las historias que recordaba y revisaba con ayuda de Irina los papeles, recortes, cartas, todas menos las que llegaban aún en un sobre amarillo, despacio para que Seth siguiera yendo a verla y para que no abandonara repentinamente su proyecto de escritura.
En esto, Irina le intuyó un amante, Alma nada decía, solo logró sacarle que era el pintor del cuadro que colgaba en su casa, el de la foto que conservaba y que su nombre era Ichimei Fukuda. Siempre Alma estuvo rodeada de algún misterio, como esas cartas y esas gardenias que seguía recibiendo.
Que tuviera un romance escandalizaba un poco a Seth. Irina le replicaba que “el amor se da a cualquier edad. Según Hans Voigt, en la vejez conviene enamorarse; hace bien a la salud y contra la depresión. —¿Cómo lo hacen los viejos? En la cama, quiero decir —preguntó Seth. —Sin apuro, supongo”.
Igualmente, “pocos viejos están contentos, Irina. La mayoría pasa pobreza, no tiene buena salud ni familia. Ésta es la etapa más frágil y difícil de la vida, más que la infancia, porque empeora con el paso de los días y no tiene más futuro que la muerte”.
Aunque también, la única amiga de Alma en Lark House, Catherine Hope, que no rechazaba para nada que la estuvieran atendiendo todo el rato, decía sentirse más contenta que nunca, “porque me sobra tiempo y por primera vez en mi vida nadie espera nada de mí. No tengo que demostrar nada, no ando corriendo, cada día es un regalo y lo aprovecho a fondo”.
No quita que no sabe Irina “el coraje que se requiere para envejecer sin asustarse demasiado; su conocimiento de la edad era teórico”. Y “también era teórico lo que se publicaba sobre la llamada tercera edad, todos esos libracos sabihondos y manuales de autoayuda de la biblioteca, escritos por gente que no era vieja. Incluso las dos psicólogas de Lark House era jóvenes. ¿Qué sabían ellas, por muchos diplomas que tuvieran, de todo lo que se pierde? Facultades, energía, independencia, lugares, gente”.
Los caminos de la vida
Alma Belasco fue Mandel en Polonia. A los 7 años su hermano Samuel fue enviado a Inglaterra por sus padres, temiendo la guerra que se aproximaba. A los 10 años le tocó a ella. Después llegarían a San Francisco, Estados Unidos, donde su tía Lilian, casada con Isaac Belasco.
Lloró mucho por sus padres, por su hermano Samuel. “La infancia es una etapa naturalmente desgraciada de la existencia, Lillian. El cuento de que los niños merecen felicidad lo inventó Walt Disney para ganar plata”, dijo Isaac. Poco después, Alma logró sacudirse la pena y empezó “su naciente amistad con las dos personas que serían los únicos amores de su vida: Nathaniel Belasco e Ichimei Fukuda. El primero, a punto de cumplir trece años, era el hijo menor de los Belasco y el segundo, que iba a cumplir ocho, como ella, era el hijo menor del jardinero”.
Tampoco Irina fue Irina, antes. La historia de Irina antes de ser Irina. La historia de su madre, Radmila, la perseguiría: tras el derrumbe de la URSS y el paso a república independiente, sobrevino otra miseria. “Un día llegó a la aldea una mujer proveniente de la ciudad a reclutar chicas de los campos para trabajar de camareras en otro país. Ofreció a Radmila la deslumbrante oportunidad que se presenta una vez en la vida: pasaporte y pasaje, trabajo fácil y buen sueldo … terminaría en las garras de rufianes turcos en un burdel de Aksaray, en Estambul. Durante dos años la tuvieron prisionera, sirviendo a entre treinta y cuarenta hombres al día para pagar la deuda de su pasaje, que nunca disminuía, porque le cobraban el alojamiento, la comida, la ducha y los condones. Las chicas que se resistían eran marcadas a golpes y cuchillo, quemadas o amanecían muertas en un callejón”. Por un incendio del burdel pudo escapar y terminó en Estados Unidos, se casó con un electricista y mandó buscar a su hija.
Tres veces el horror, tres veces la salvación
Los Mendel, los padres de Alma Belasco, sufrieron la persecución nazi. Los Fukuda, la persecución americana paranoica con el “peligro amarillo” tras el ataque a Pearl Harbor. Los Mendel viajaron en los trenes de la muerte. Los Fukuda en los buses de la vergüenza. Alma, Ichimei y Nathaniel los prejuicios de su época que cada uno cargó. Irina, la escasez de su infancia, el terror de su adolescencia. Tres generaciones. Tres veces el horror.
Y también, el encuentro, el amor, la compañía. Fue Isaac Belasco quien ayudó a los Fukuda. Alma a Irina. Seth a Irina. El amor secreto de Alma y de Ichimei, viviendo “el prodigioso universo de la intimidad”. La amistad extraordinaria de Alma y su marido Nathaniel.
Irina cree no poder: “—La felicidad no es para todo el mundo, Cathy”. Y la médica: “—Claro que sí. Todos nacemos felices. Por el camino se nos ensucia la vida, pero podemos limpiarla. La felicidad no es exuberante ni bulliciosa, como el placer o la alegría. Es silenciosa, tranquila, suave”.
Pasados que atormentan. Dolores silenciosos. Fuerzas más poderosas que el amor. La felicidad tranquila. Todo cabe a lo largo de una vida.