
Diálogos. Agua por todas partes. Leonardo Padura
(No es novela ni cuento, a quienes aquí acogemos. Pero escrita por un novelista, no es solo crítica o análisis. Es un diálogo entre escritores. Y creación de un espacio literario. Por eso también lo acogemos).
Hay una ambición de “expresar alguna esencia de la peculiaridad cubana”, de encontrar la relación entre su singularidad y su universalidad, de encontrar la relación entre realidad e imaginación.
Hay unas obsesiones que la motivan: la pertenencia, el sentido de pertenencia, de identidad, de elegir ser cubano, vivir en Cuba, con su determinante insularidad, esa agua por todas partes, con su carga de limitaciones y enclaustramiento, con sus promesas, frustraciones, cambios, con sus exilios que llevan nostalgia, con su ciudad capital “que se construyó con letras y palabras”, con su tradición literaria partiendo por José María Heredia, con la marca biográfica que deja en cada cual, con las obsesiones que le suscitan: “la perversión de la utopía igualitaria”, “el derecho del hombre a ejercer su libre albedrío”, “la búsqueda de las fuentes de mi identidad cubana”. Y viene con ellas “las fiebres de las escrituras”.
Hay, “a partir de ahí el novelista que crea un mundo”.
Hay unas preguntas persistentes, no solo las del periodista, el estudioso, el lector, sino también las del propio escritor: ¿por qué escribí aquella narración?, ¿cómo la escribí?, ¿para qué la escribí?
¿Cómo? Investigar sí, pero es solo el comienzo, se trata de “ver”, de “sentir” lo que fue, habría sido, la realidad en que vivían sus personajes ficticios. Así, “sobre esa realidad puse a funcionar entonces los mecanismos sintetizadores de la imaginación novelesca”, con la creación de un personaje, su psicología y carácter, porque se trata de “convertir la reflexión en carne humana que, puesta en el asador de ciertos acontecimientos comprobados o posibles en la historia, despida humo, olor a chamusquina, supure grasa y provoque conmociones no solo filosóficas, sino, y sobre todo, dramáticas, definitivamente humanas”. Alcanzando entonces “la función cognitiva de la novela” en su especificidad: lo dramático, esencial, humano, subjetivo: solamente a través de sus personajes.
Y así, a través de esta individual singularidad, libre, alcanzar la universal búsqueda de toda novela: “comprender la vida”, “expresar la condición humana”, “llegar al alma de las cosas”.
Y por eso los recursos estéticos son utilitarios, tienen una intención, apuntan “hacia un fin, no solo estético, sino ideoestético”.
Sí, tenemos hoy, aquí, entre nosotros, con sus novelas, un posible (permitido, nuevo, renovado) sentido “ideoestético”, con olor a una humanidad, a un mundo creado, que permite el encuentro entre realidad e imaginación, particularidad y universalidad, que nos ayuda a llegar, a cada uno, al alma de las cosas.