La novelística de Vicente Huidobro. ‘Mio Cid Campeador. Hazaña’. La novela de un poeta: La esencia de las cosas

La novelística de Vicente Huidobro. ‘Mio Cid Campeador. Hazaña’. La novela de un poeta: La esencia de las cosas

La novelística de Vicente Huidobro, su novela ‘Mío Cid Campeador. Hazaña’, en particular, plasma su entero proyecto estético y vital.

  1. La novela
  1. 1. La esencia de las cosas

Confluyen tres desastres.

La España ocupada y fragmentada.

El mandato de un rey.

Una inquietud. La de Diego Laínez.

Lo ordinario del mundo y de la vida creando desastres. Que no pueden, sin embargo, con las mismas fuerzas del orden de lo ordinario, ser vencidos.

Pero está la resistencia ejemplar, Don Pelayo y el comienzo de la reconquista. Aunque sí, está aún en el orden de lo ordinario, salvo como inspiración.

Y una noche de amor, que está en el límite y puede abrir paso a otra cosa.

Confluyen entonces todas las fuerzas contrarias sin quedar nada fuera. Lo extraordinario.

El Destino. Es la casa de Diego Laínez, “casa señalada por el dedo de piedra del destino”.

La Voluntad. “Es preciso que nazca otro don Pelayo, es preciso que salte una voluntad unificadora, otra fuerza invencible, otro destino”.

La Anunciación. Diego Laínez abre la ventana de su casa de piedra y “por la ventana abierta entra la noche, detrás de la noche entra Castilla y detrás de Castilla entra España”.

Los Milagros. Aquella noche con su esposa Teresa Álvarez, “se me figura que no soy yo el que ha realizado el acto de amor, sino todo el universo el que lo ha realizado por mí. Se me figura que he cumplido un designio. -Esta noche tiene gusto a milagro”.

La Historia. Nueve meses después, Teresa Álvarez va a dar a luz, “España se incorpora. No vuela una mosca en toda la península. El sexo se hace enorme y asoma una cabeza. Ya. ¡Al fin!… Ya. Ya. Y salta sobre la historia un niño regordete, precipitado y palpitante como un pez”.

Los Dioses. “El niño que ha caído sobre la Historia, no llora, grita, berrea. La madre sonríe al oírle gritar y vuelve a entornar los ojos fatigada, fatigada como si hubiera dado a luz el Olimpo”.

Dios. “-Le pondremos Rodrigo como mi padre -dice Teresa Álvarez. -No, Rodrigo, no. No olvides que un Rodrigo perdió España -responde Diego Laínez. -Al contrario, por eso mismo le pondremos Rodrigo. ¿Quién te dice que Dios no quiere que otro Rodrigo la salve? A Dios le gustan las frases”.

Los Elementos. “Nació Rodrigo va diciendo el viento … Las nubes se agolpan en el cielo a cuál lo ve antes, las nubes negras rellenas de corrientes eléctricas. Se acerca la tempestad, la tempestad necesaria a todos los grandes acontecimientos”.

España. “La cuna de Rodrigo limita al Norte con los Pirineos, al Sur con las columnas de Hércules, al Oeste con el Mediterráneo, al Este con las orillas Lusitanas y el Atlántico”.

Y estas fuerzas, todas estas poderosas fuerzas, encarnan en un hombre, Rodrigo. “Y él es Pirineo y es Hércules y es mar. Es hecho de montañas y de olas. Es fuerte y tempestuoso”.

Y aquí está todo. La esencia de las cosas. Un hombre que encarna todas las fuerzas. Lo extraordinario. “La novela de un poeta y no la novela de un novelista”.

Vendrán después, por añadidura, la vida de Rodrigo y sus hazañas.

  1. 2. Los ideales

Dichas hazañas no son pruebas caprichosas. No son expresiones de su carácter. Son resultado de sus ideales. Rodrigo sueña.

Sueña que “es preciso que España sea libre”. De los moros, claro. También, de las pretensiones papales de someterla al emperador Enrique, que rige el Sacro imperio germánico. “Sabido es que Roma gusta de mezclar a Dios en asuntos mundanos, que Dios detesta, y en problemas políticos, que Dios desprecia”.

Las hazañas persiguen ese sueño.

También, el del amor.

  1. 2.a. El ideal del amor

“Toda la Edad Media es una batalla, un torneo y una cacería. Los tres son el mismo juego”. También lo es el amor.

Motivo de las acciones caballerescas, a la par de los altos ideales.

Jimena es el nombre del amor. “Jimena es la dama de la Edad Media, la heroína del ciclo de caballeros”.

Y aquí compiten, rivalizan, autor y personaje.

El autor se esfuerza: “Jimena estaba hermosa … Jimena era una estatua griega. Tenía un cuerpo de palmera, un cuello de cisne, unas manos de lirio”.

Pero, “(en este momento aparece delante de la mesa del poeta la sombra del Cid)”, que lo increpa: “¡Qué sandios son los poetas! ¿Por qué comparáis a la mujer con todas esas cosas? ¿Habéis visto algo más hermoso que una mujer hermosa? ¿Por qué no comparáis más bien esas cosas con una mujer? Ya sería algo mejor. Decid que la palmera tenía cuerpo de mujer, hablad de un cuello de cisne hermoso como un cuello de mujer, hablad de un trozo de coral como unos labios de mujer”.

El poeta se esforzará, nos cantará “una piel que resplandecía como si se hubiera bebido un astro peligros y una mano que era la llave de la primavera”.

Y tendrán un día una boda incomparable de amor. Y otro día dos hijas, Cristina y María.

Pero el amor, en la Edad Media, aunque siendo mucho, no es todo.

1.2.b. El ideal del honor

¡Ay, esa noche fatídica! Justo después que Rodrigo anuncia a Jimena que su padre Diego Laínez pedirá al padrino de la hermosa que la ha cuidado ya por quince años como padre su mano para unirlos en santo matrimonio, llega el padre de nuestro héroe.

Se había tardado más de la cuenta. Llega con la cara roja. En la corte, ante el mismo rey, lo abofeteó el conde de Lozano. Es necesario vengarse. “Sin honor no hay amor, ni vida, ni nada”.

¿Pero cuál de sus tres hijos podrá vengarlo?

Antes de decirles nada, los probó.

Estrecha con fuerza descomunal, “así me aprieta este nudo que tengo en la garganta”, las manos de Hernán, y sus ojos se llenan de lágrimas. Lo despide, que vaya junto a su madre.

Estrecha con fuerza descomunal, “así me aprieta este nudo que tengo en la garganta”, las manos de Bermudo, que le dice que no le haga eso. Lo despide igualmente, “aprende que hay que morir en silencio y sin doblar las rodillas”.

Estrecha con fuerza descomunal, “así me aprieta este nudo que tengo en la garganta”, las manos de Rodrigo, que lo increpa: “suelta, padre, suelta en mala hora, que si no fueras mi padre, con esta otra mano que me dejas libre, te arrancara el corazón, te rompiera las entrañas”. El padre se alegra: “tu enojo me desenoja, tu rabia es una caricia y una esperanza en mi alma”.

  1. 3. Las hazañas

1.3.a. Las hazañas preparatorias

Hazañas. Torneos. Juegos. Batallas. Todo consiste en “ser vencedor y no vencido”.

De distinta envergadura, dada su edad, dados los desafíos.

De adolescente, competencia de saltos con los amigos, muestra de valentía ante el hijo del rey, jugando con un toro salvaje.

De su primera juventud, enfrenta cuerpo a cuerpo al oso que aparece en la caverna que descansaban con su padre y sus hermanos, cortándole la cabeza que lleva como trofeo, el primero de muchos. Fue “su primer hazaña”. Enfrenta el ataque moro, persigue al jeque que huye, lo mata, la cabeza cortada la envían al rey, el alfanje de trofeo a su casa. Enfrenta al jabalí, disparándole una doble flecha, novedad de su invención, que embiste contra el rey durante una cacería, salvándolo, y uniendo la cabeza del animal a los otros dos trofeos. Los primeros de muchos.

1.3.b Más que una hazaña, menos que una hazaña

Va Rodrigo a vengar a su padre. Vuela con su caballo. No es un duelo más. “En toda España se oye latir el corazón de ese caballo”. Desmontan, se enfrentan. No es un duelo más. “En Europa se oye latir el corazón de Rodrigo”. Mata Rodrigo con su espada. De regreso a su casa, dice al padre: “mira en la puerta como aldabón clavada la mano que te manchara”. Otro trofeo.

Que es la vez una condena. Haber lavado el honor del padre, amenaza el amor de la hermosa Jimena. Por lo que, concluye Rodrigo, solo le queda “ir a pelear contra los moros y buscar la muerte en alguna batalla”.

1.3.c Las hazañas monumentales

Monumentales, cómo no. Porque al otro día parte para la guerra. “El día siguiente es un día que suspende el aliento de la creación. Un día que pone la pluma épica. España se despierta, se despereza. Y va a lanzarse de lleno al remolino alucinante de mil batallas hasta recobrar su identidad. Suenan clarines de epopeya y redoblan tambores en este punto de la historia, con un ruido tan ensordecedor que todo lo demás se apaga en torno. Hoy es el gran día. Un minuto de silencio en honor de este día. Un minuto de silencio y diez siglos de admiración”.

Está la batalla de Montes Doca.

Está la defensa con un ejército de nueve mil hombres encabezado por el Cid Campeador contra la ofensiva del ejército de doce mil hombres del emperador Enrique encabezado por el duque Raimundo de Saboya. Vence a los alemanes y a sus aliados los franceses. “La fuerza del Campeador es irresistible, nada queda en pie frente a él. Vale más inclinar la cabeza y dejar caer las coronas de esperanzas y ambiciones”.

Está la batalla del castillo de Lozano. Aprovechando la división entre cristianos, los moros arremetieron. ¡Y contra el castillo donde se encuentra Jimena! Rodrigo tiembla de pies a cabeza. Galopa, vuela hacia allí, con el solo pensamiento de Jimena. Lo ven los moros, “¡el Cid!”, su solo nombre los espanta. Habían incendiado el castillo. Rodrigo salva a Jimena.

Está el torneo, el singular combate, entre un enviado del rey Fernando de Castilla y el rey Ramiro de Aragón por el poblado de Calahorra, para ahorrarse la sangre de cientos de sus soldados. Fernando designa al Cid, Ramiro designa a Martín González, un gigante que “dicen el hombre más fuerte del mundo”. Lo vence, corta su cabeza, otro trofeo que presenta ante el rey Fernando I “sosteniendo un reino en la punta de su lanza”.

Está la batalla de Coimbra, librada parea engrandecer el reino de Fernando I, y a la que arriban con seis mil hombres tras vencer en Zaragoza, Toledo, Badajoz y Sevilla. Dura batalla. Asombrosa batalla. Santa batalla. Milagrosa batalla. Tal es el poder del Cid, que invoca a “¡Santiago! ¡Patrón de España!”, y Santiago responde, “arriba en el espacio, saltando de nube en nube, viene el Apóstol Santiago, en un caballo blanco, envuelto en una bruma de luz que vibra como un gran viento”. El Cid Campeador convoca milagros. Vencen los españoles a los moros.

Esta la respuesta al desafío del moro Abdala, “diestro como nadie en el manejo de las armas”, al que vence en justa lid.

Las hazañas monumentales se vieron entorpecidas por las disputas internas. Muere Fernando I, había dividido su reino entre sus hijos. A Sancho dejó Castilla, a Alfonso dejó León, a García dejó Galicia, a doña Urraca dejó Zamora, y a doña Elvira dejó Toro. Esto traerá complicadas disputas y retrasos en la reconquista de España. Vienen entonces: la batalla de Galicia, la batalla de León, en las que difícilmente vence el rey Sancho ayudado por el Cid. Viene la particular batalla de Zamora, que está cercada, pero un audaz vasallo de doña Urraca, Vellido Dolfos, sale solo de sus muros alcanza al rey Sancho y lo mata. Será nombrado rey su segundo hijo que reinará como Alfonso VI.

1.3.d. La ruina

Laten debajo de las hazañas, los humanos sentimientos que todo lo horadan. La envidia. La inculcada al rey Alfonso. Las cortesanas intrigas, promovidas por el conde García Ordoñez.

El rey manda a Rodrigo a poner orden en Andalucía. Allí, Motamid, rey moro de Sevilla y vasallo de Alfonso VI, está en guerra con Abdallah, rey de Granada apoyado por el conde García Ordoñez y por Fortún Sánchez. El Cid advierte a Abdallah que no puede ir contra Motamid, vasallo de Alfonso VI. Lo enfrenta, poderoso, lo vence. Pero eso no es todo. Captura al conde García Ordoñez que queda avergonzado, y “la vergüenza es un bocado indigesto, se pega en el vientre y no hay más purgante que la venganza”. Para colmo, Motamid cubre de gloria al Cid, “en grandes arcos en las calles hace inscribir en letras de flores: Cidi el Campeador. La batalla de Cabra sella al Cid el título de Campeador, lo pega a su primer título con soldaduras de sangre y gloria”.

Se suma un peligroso equívoco. Sublevaciones en Andalucía, el rey manda llamar al Cid que se encuentra enfermo, no puede ir. El martes 13, anota Jimena en su diario: “Han venido de parte del rey a buscar a Rodrigo para ponerlo al frente de una nueva expedición militar. Mi pobre Rigo está enfermo y no podrá partir”.

Sin embargo, al partir Alfonso con su ejército sobre Andalucía, queda desprotegido su reino, los moros aprovechan y atacan, el Cid sale a la batalla, los expulsa y persigue hasta Toledo, a la que arrasa. Pero Toledo tenía pacto con Alfonso. Los intrigantes vociferan contra Rodrigo. Esta vez, el rey los escucha. Y lo destierra. Aunque injusto, Rodrigo acata.

1.3.e. Nuevas hazañas. Las hazañas legendarias, la gloria de España

Acata, y también asegura engrandecer el reino de Castilla. Parte de Vivar seguido de cientos dispuestos al combate. Con argucias obtiene dinero de dos judíos: entrega dos cofres llenos de arena sellados y la promesa de no abrirlos en un año a cambio de dos mil florines. “¡Bendita sea la hora en que se abrió la puerta del destierro! Por esa puerta va a salir España a ser España. ¡Bendita sea la hora que va a dar vida a tanta estrofa de epopeya!”.

Marcha con sus tropas. “Sale del corazón del rey y millones de corazones le abren sus puertas. A medida que va saliendo de Alfonso VI, va entrando en España, va entrando en el mundo, va entrando en la leyenda, va entrando en la mitología”. Se hará allí de la famosa espada, Tizona, que es “el dios de las espadas, es el Babieca de los caballos, es entre las espadas lo que el Cid entre los hombres”. Van con él Alvar Fañez de Minaya, Muño Gustioz, Martín Antolinez, Per Vermúdez, Galin García, Alvar Salvadores, Martín Muñoz.

Y le siguen las batallas. Castejón. Alcocer. Y todo lo que aparece en sus andares. Numerosos, ricos botines después de cada batalla derrotando al moro. Lo reparte justamente entre los suyos. Envía un homenaje al rey Alfonso, que le perdona; paga la deuda con los judíos, envía riquezas a Jimena y sus hijas. Marcha a Barcelona, que lo desprecia. Rumbea a Zaragoza, reino morisco del rey Almutadir, que al morir divide su reino entre sus hijos, Almutamin y Almondin, es decir, deja sembradas nuevas guerras; la batalla de Almenara realza aún más, si es posible, su gloria.

Permanece allí, no regresa al llamado de Alfonso VI. No cede a la nostalgia de su tierra y su familia. Tiene un plan secreto.

La batalla de Valencia, “la ciudad codiciada. Valencia, la plaza sobre la cual se tienden las miradas de cinco reyes, las manos de cien jeques y las redes de mil intrigas”, y todas las ciudades que la rodean, a las que va sometiendo. Valencia la pretenden Alfonso VI, Almondir rey moro de Denia, Almostain rey moro de Zaragoza, el arrogante conde Berenguer Ramón de Barcelona pacta con Almondir, y ataca al Cid y sus hombres en la batalla de Tévar, brava, hieren a Rodrigo, pero triunfa una vez más, y se hace de la famosa espada Colada, y por tributos, más rico que un rey.

Y Alfonso VI se decide a arrebatarle Valencia. Colma la paciencia del Cid, que se arroja sobre Castilla, en primer lugar contra las posesiones del conspirador conde García Ordoñez. Hecho esto, retoma el asedio a Valencia, triunfa, se hace señor de Valencia, el reino más rico de España. La defiende del rey de Marruecos, al que vence, de nuevos ataques moros a los que derrota.

Canta, canta Mío Cid. “Un Rodrigo perdió a España, otro Rodrigo la recobrará”.

Ser vencedor y no vencido. Porque es más que una sucesión de hazañas, de torneos, de juegos, de batallas.

Es la conquista de la grandeza. “Todo respira la grandeza del hombre que va sembrando grandezas a su paso”.

Es prueba de su voluntad. “Se diría que hay hombres a los cuales la vida se empeña en presentar ocasiones para lucirse. ¿O será más bien que hay hombres que pueden lucirse en muchas ocasiones?”.

Y lo es porque es una encarnación de la Historia, de la Nación, la suya, España. Y eso le otorga un propósito, una misión, un sentido.

  1. 4. Muerte y testamento

Enferma. Escribe su testamento. Están las heredades del orden de lo ordinario.

Estás también las otras. “Lego Babieca, Tizona y Colada al Cantar y al Romancero y a todos los poetas capaces de apreciar y amar a estos tres seres de tanto mérito y tan queridos de mi alma”.

Muere, una mañana del mes de julio de 1099, a los cincuenta y nueve años de edad. “Una algarabía de pájaros que estaba cantando sus proezas se detiene de golpe en sus himnos. La tierra de Valencia aroma de frutas y flores el continente. El sistema planetario siente un escalofrío que le corre por las espaldas y se lleva un dedo a los labios. El siglo once se detiene un momento al borde del abismo, siente un síncope que repercute en toda la relojería astral. El Tiempo guarda un minuto de reposo y de silencio”.

2. La estructura

2.1. El punto de vista temporal

Hay una apariencia de relato cronológico, lineal.

Y debajo de esta apariencia, irrumpen los saltos temporales, con la garrocha del Narrador, que nos arroja de aquel año de 1040 a su futuro, nuestro presente de lectores.

2.2. El punto de vista del narrador

Hay una apariencia de un punto de vista tradicional, el del narrador omnisciente en tercera persona.

Con algo del romanticismo de Víctor Hugo, que, sabiendo todo de su historia y su personaje, no solo nos lo va relatando sucesivamente. También irrumpe e interrumpe.

Pero no solo esto, también, todo lo descalabra, a la manera de la novela popular de Semprún. Con digresiones y saltos temporales.

La presencia del Narrador es casi permanente en ‘Mio Cid Campeador. Hazaña’. 

Opina sobre su personaje. “¡Cómo te admiro, muchacho alegre y saltador, rudo y montaraz!” (p.28).

Defiende los fueros de la novela, y lo hará en varias ocasiones. “Sus hermanos, Hernán y Bermudo, son mayores que él, aunque la Historia diga lo contrario. Son mayores porque así lo exige la novela … ¡No faltaba más sino que la Historia fuera a tener razón sobre la novela!” (p. 29).

Después de la competencia de saltos con sus amigos, nos interpela el Narrador: “¿qué me dicen los campeones de hoy?” (p. 30).

Piensa el personaje en su autor. Cuando se dispone a dar su salto en dicha competencia, Rodrigo “piensa en el Cantar, piensa en el Romancero, piensa en la Gesta, en Guillen de Castro, en Corneille y en mí” (p. 31, destacado por nosotros).

Vuelve a defender los fueros de la novela. Cuando Jimena, la amada de Rodrigo, compite con otras muchachas por el beso del héroe, está a punto de abandonar, pero sigue aunque ya no podía más, “sólo obedecía a un impulso ciego, a un furor desconocido, a las necesidades de la novela”.

Confiesa su esfuerzo por acercarnos a su héroe, al relatar el beso de Rodrigo a Jimena, “¡ah, cómo repercute ese beso a través de los siglos, cómo ablanda la historia del soldado, cómo humaniza la leyenda del héroe!” (p. 37).

Mira desde hoy a los hechos de ayer que nos relata, ahora, el inicio, con Rodrigo de la tauromaquia enfrentando al toro salvaje y “lanzo mi mirada hacia el pasado y veo una larga cadena de toros muertos, tendidos sobre España” (p. 39). Para invitarnos a volver a aquellos siglos lejanos: “Dejemos tendidos sobre la península las dos cadenas paralelas, de toros y toreros, y volvamos a nuestro espectáculo” (p. 40).

Hace cobrar vida a los personajes, que parecen estar sentado junto al Narrador, porque, veamos, después de temblar por la suerte de Rodrigo ante el toro enfurecido, al verle vencerlo, “en los ojos de Jimena aparece una lágrima, tiembla un instante, cae sobre mi novela y no puedo impedir que ruede a través de toda esta página” (p. 41).

Nos ilustra de las costumbres de entonces, porque aclara que, terminada la justa contra el toro, “nadie aplaudió porque no sabían entonces lo que esto significaba. Sólo un ¡oh! de admiración se descolgó del aire” (p. 43).

Se justifica, por qué unos personajes tienen mayor desarrollo que otros. Cuando enumera los de la partida de caza amenazada por el jabalí, la termina explicándonos que “muchos otros caballeros, hijosdalgos y señores que forman el coro y que no se nombran porque sólo sirve de fondo al cuadro”.

Toma partido por su héroe. Cuando el mal presagio del búho por la tardanza del padre en regresar la noche terrible de la afrenta del conde de Lozano, se enfurece el Narrador: “vuélate de esa rama o desde aquí, desde mi mesa de trabajo, cojo un fusil y lo descargo sobre tu cuerpo, tu cuerpo relleno de bilis y de agüeros”.

Vuelve a dar saltos en el tiempo. En el encuentro sangriento entre las tropas españolas y las germánicas, nos recuerda que “en aquel tiempo los generales marchaban al frente de sus tropas … No como hoy, que los generales dirigen las batallas desde atrás, mirando la muerte con anteojos, dando órdenes por teléfono”.

Quiere a su héroe, que es hombre después de todo, y llora la muerte de sus padres, “llora como nadie nunca ha llorado, y yo soy el único en mirarlo”.

Llora la muerte de su héroe. “Murió el Cid. ¿Oís lo que os digo? Murió el Cid Campeador. ¡Cómo me zumban los oídos! Se hace el vacío en el vacío, se hace el caos en el caos. Se me rompe la pluma”.

Hay, con esto, así lo han analizado profusamente, psicología, carácter, del autor, pero hay más que eso. Hay tradiciones, experimentaciones literarias, novelísticas específicamente.

2.3 La novela popular moderna

Nos dice Jorge Semprún que “la novela popular moderna, cuya tradición y cuyas normas, desde Sade hasta Sue, desde Justine hasta Fleur-de-Marie, están perfectamente establecidas y codificadas, tiene como precepto esencial, cualquiera que sea el papel desempeñado por las digresiones -edificantes o libertinas, graves o jocosas-, el no perder nunca el hilo rojo del relato. Hilo rojo, como debe ser. Pero, en el curso de la presente empresa novelística, este hilo corre el riesgo de romperse”. (p. 94).

Y no solo se rompe dicho hilo rojo, se rompe el flujo suave del relato, porque el narrador sabe de la familiaridad del lector con “los meandros de la novela popular cuyo curso diverge y se diversifica constantemente, cuyas aguas ora se deslizan perezosas, ora se precipitan en el fragor de los torrentes; el lector de nuestra elección, astuto lector, nuestro semejante, nuestro hermano, no tiene nada que aprender al respecto: desde Eugene Sue hasta James Joyce, habrá ya practicado, catalogado y quizá incluso agotado los deleites, trucos y ardides de la novela picaresca o episódica, o, más bien, por episodios”. (p.125).

Y no se trata solo del lector astuto, se trata de la irrupción constante del narrador, pues “intervengo yo, transcriptor, escriba o copista -¡paciencia benedictina es, en efecto, mi sino!- de este manuscrito fluvial, de esta novela, meandrosa cuya idea o trama originaria fue establecida o, por mejor decir, proclamada, según se verá más adelante, por el propio Rafel Artigas”, uno de sus personajes. (p.185).

No nos alarmemos, “la ventaja de estas novelas frondosas, cortadas por el patrón del género picaresco hispánico, con personajes numerosos y episodios imprevistos es que se puede ir de uno a otro, volver atrás, atajar por el camino más corto, perderse aparentemente en las digresiones, coger de nuevo el hilo un poco más lejos: tal es la ley de un género actualmente fuera de la ley”. (p. 200).

Porque aquellas tradiciones, son aquí modernas y hasta vanguardistas. “Sin duda, si hubiéramos querido escribir una novela resueltamente moderna -en la medida en que la modernidad se confunda, lo cual no es imposible, con una experimentación de los lenguajes de vanguardia, forzosamente elitistas a primera vista, dicho sea esto sin ninguna connotación normativa-, si hubiéramos decidido, pues, someter al lector los elementos inconexos -al menos en apariencia, o primera aproximación- de un rompecabezas narrativo, de una polvareda de relatos mínimos, fragmentados, cuya coherencia no surgiría o emergería sino progresivamente, en virtud de una actividad interna del relato mismo, uno de cuyos principales ardides es hacer creer que su causa estructurante sería la capacidad imaginativa, creadora, del lector, cuando, como siempre, es el Narrador quien lo ha combinado todo”. (p.326)

Y porque, ese es el lugar, ya más que del Narrador, del Autor, y ese lugar reclama Huidobro siempre, “cuanto más se esfuerza una novela en ser popular, más debe elaborar, pulir y trabajar según las convenciones del género la materia bruta de lo real en cada uno de sus episodios o elementos, para hacer de ella una totalidad tan abstracta e irreal como lo vivido”. (p.327).

Y aquí, Huidobro de lleno: la irrealidad de lo vivido, pasado por el arte del novelista, del poeta escribiendo novelas, creación también la vida de la pluma del escritor.

2.3.a. Intertextos

Es de la novela popular moderna, aquí, latinoamericanamente maravillosa, el intertexto. No podemos dejar de traer aquí lo que no es solo pretensión de acto primero u originario, sino también homenaje.

El Cid desterrado, ya en la frontera de Castilla levanta la vista. “Las aspas de unos molinos giran al viento. Siente el Cid unas ganas locas de espolear su caballo, arremeter contra los molinos lanza en ristre y dejarlos clavados en el cielo, mariposas de la tarde. Pero se domina y le oigo decir: -Dejemos esos gestos para otros. ¡Ah, Cid, todo lo de tu raza está en ti! En vano te dominas. ¡Tú sabes que otros no podrán dominarse, y el gesto que tú no quieres hacer se hará en el tiempo, no quedará en ese limbo en donde se amontonan los actos que no se ejecutan! ¿Por qué sonríes? ¡OH, Cid, padre del Poema, al pensar en Cervantes tu corazón bate campanas!”.

2.4 El personaje

Aún así, el Narrador no opaca al personaje. Es el personaje, nuestro héroe, quien atrae nuestra atención, quien encarna las cosas esenciales y parecen así que, por extraordinarias que sean, no son menos posibles para seres comunes y corrientes. Como un lector, tu o yo. Como un escritor, Vicente Huidobro. Al menos, literariamente posibles.

Es del orden de lo extraordinario.

Un elegido. “El niño ha crecido. ¡Cómo ha crecido! … como si fuera el favorito de la creación”.

Una fuerza natural. “Una violenta necesidad de movimiento agita todo su cuerpo. La quietud es la muerte, y Rodrigo es la vida, la archivida”.

Es que, si fue, como fue, inventor de las corridas de toros, es porque “en este hombre estaban todas las cosas de su raza. Todo lo bueno y todo lo malo. El pasado, el presente, el futuro de España está en él en síntesis, en germen, en estado endémico. Acercarse a él es hacerse verdaderamente español”.

Es que, “él es la Esperanza”, y ya de joven se siente en el ambiente. Todos lo saben y por eso lo aman. Es “amado del rey y de la familia real por sus hechos y la promesa de futuro que se adivinan en el perfecto equilibrio de vigor físico, de audacia y de espíritu justo y noble que le caracteriza. Rodrigo no se envanece de ver que todos tienen los ojos puestos en él. Alma sencilla y cotidiana sigue su camino sin alardes, ni altanería de bravucón”.

Y por eso, los Elementos siguen acompañándolo. “Durante su niñez y su adolescencia toda la naturaleza ha estado pendiente de él. Pensando en Rodrigo, los trigos eran más ricos y más fuertes que nunca, el agua era más substancial, las carnes de un poder nutritivo como no ha vuelto a verse hasta hoy en ningún punto de la tierra, los frutos habían doblado sus azúcares. Vitaminas y calorías trabajan para Rodrigo, sueñan en Rodrigo”.

Ya más grande, ya guerrero, en la primera de sus batallas contra los moros, será “rayo de guerra”, “titán desconcertante y rápido”, con “ojos de infierno”, sus “terribles ojos color victoria”.

Será “ángel predestinado y lleva en sí las alas de la epopeya”.

Más que de la epopeya, son bíblicas. “Con el Cid a la cabeza, todos los muros son Jericó. El Campeador tiene pacto con la trompeta de los milagros”.

“Es el rayo del cielo”.

Es “ese trueno en libertad”.

Es del orden de lo ordinario.

Un caballero de ayer y de hoy, pero no de blasones, sino de carácter. “Rodrigo era tan francote, tan leal, tan caballero. Un gentleman salvaje”. Se va acercando a nosotros, es “francote”.

Pero acercándose no pierde altura. Cuando se pone meditativo, “sus compañeros estaban extrañados y no se atreven a perturbarlo. Rodrigo les inspiraba un respeto majestuoso, y aún en la camaradería sentían ellos cierta distancia, una separación de muchos metros de altura y como lo querían, aguardaban pacientemente que él volviera a ellos como antes”.

Y no la pierde porque se está preparando para lo que estaba destinado. De adolescente juega. Y sus juegos son los juegos de un adolescente. La competencia de saltos. El juego con el toro bravo. Pero son la manifestación y la forja de su voluntad.  “Atleta del brazo y del honor”.

“Todo admite juegos. ¿Qué es un torneo? Un juego. ¿Qué es una batalla? Es un juego en el cual se trata de ser vencedor y no vencido. Se trata de matar al enemigo y no ser muerto por él”.

2.4.a. El título plebeyo

Un héroe trastoca el orden del mundo. No es solo pilar del trono. No es solo encarnación de su tiempo y su mundo. Lo modifica.

Cuando el enviado del Papa quiere someterlos al emperador Enrique, el rey Fernando I, recibe con honra a Rodrigo tras su reciente triunfo en Montes Doca y por lo mismo le pide su consejo al respecto. Rodrigo no vacila: “Soy cristiano, vengo de pelear por Cristo y mañana por Cristo volveré al campo, y en su nombre ofreceré al enemigo mi cabeza; pero esta cabeza que doy por Cristo no se dobla a ningún yugo. Yo no entiendo de discursos, sólo sé que no he nacido esclavo y que esclavo no seré; no sé de argucias, soy hombre de campo y sé campear y en el campo defender mi libertad”.

No solo combate cristiano contra moros infieles. No solo combate en nombre de Cristo y defensa de su rey.

También trastoque del orden de las cosas. Eleva a los bajos. Ante el enviado del poderoso Papa, ante la pretensión del poderoso Emperador, ante el trono de su Rey, cambia en título de honor lo que otros consideran objetivo de burla: “-El mancebo confiesa que no entiende una palabra de lo que aquí tratamos. No es docto, no le gustan los libros, le gusta campear, es campeador”, se burla un docto papista.

Y Rodrigo: “Soy campeador. Soy campeador y vosotros, raza de siervos, ¿qué sois? Soy campeador y os demostraré en el campo lo que eso significa”.

Y pide envíe embajada ante el Papa a convencerlo de su pretensión de vasallaje al Emperador Enrique, y diez mil hombres para enfrentarlo en batalla.  El rey le concede los diez mil hombres y le asigna también hablar ante el Papa: “Serás campeador y docto”.

También lo aclaman los moros vencidos: “¡Viva el sidi Rodrigo!”. Sidi, señor. Viva el sidi. Viva el Cid. Viva el Cid Campeador.

Naciendo del campo, “ciencia del alma, ciencia pura del campo, ciencia del buen sentido, la única que encuentra siempre la palabra verdadera, sin enredos ni artificios, cuadrada como piedra de monumento”, se eleva frente a, sobre la politiquería de las cortes española, romana y germánica.

Título plebeyo que no impide, tras múltiples hazañas, tras el triunfo en Coimbra, ser elevado al título de Caballero.

2.5 Los personajes

Además de él, el personaje que importa, el héroe, hay otros que aparecen y desaparecen. No por capricho, es que, en momentos tan históricos, que requieren de hazañas maravillosas, “tampoco se requieren muchas voluntades; todas sobran menos una”.

El padre, Diego Laínez, la madre, Teresa Díaz.

Los hermanos, Hernán y Bermudo, a los que quiere menos que a su primo hermano Alvar Fañez de Minaya y su amigo Martín Antolínez.

El rey Fernando I de Castilla y de León. Los infantes, don Sancho, don Alfonso, don García, y las infantas, doña Urraca y doña Elvira

El orgulloso conde Gómez de Ordaz, ese que llaman conde de Lozano, que quiere ser primero en palacio y para eso denosta al padre de Rodrigo por estar ya viejo. Padrino de Jimena, ¡ay, Jimena! Primo del conde Per Ansúrez.

El conde Arias Gonzalo, mayordomo del rey y tío de Rodrigo. El conde García Ordoñez.

Jimena, por supuesto, de quien ya hemos hablado.

2.6 La función de los personajes

La función aquí, en esta novela de hazañas de la Edad Media. Una invocación.

Nos los aclara hablando de Jimena. “Yo la he visto en alguna parte. Todos la hemos visto”. Nos describe sus recuerdos: “Recuerdo que cada vez que la miraba me hacía nacer de nuevo”.

Pero todos lo hemos visto. Y la vemos cada vez que miramos. “La vi, la miré. La veo, la miro”.

Nos lo aclara el torneo entre el Cid y el fortísimo Martín García, pues “nada más trágico y grandioso que esta lucha por la justicia, en que dos pueblos delegan en dos brazos el averiguar de qué lado está la razón, de qué lado se inclina Dios. Fe en que Dios hablará por uno de ellos y dirá sus deseos en trazos de hierro”.

Los personajes invocan.

Jimena, el amor, ideal caballeresco.

Rodrigo Díaz de Vivar, el destino que busca mediante su heroica voluntad, en pos de un ideal.

Sus glorias se acrecientan. “¿Quién eres, Campeador, de dónde has sacado ese poder misterioso? El que burla la muerte, el que vence la sed, el que domina el hambre, el que atraviesa los desiertos, el que traspone las montañas con una naturalidad de fábula, no parece ser un ser de este mundo, ni su historia puede pertenecer a la historia de los hombres. El Cid es la Hazaña, es la personificación del fenómeno proeza”.

2.7. Los rituales, marcas de una tradición

También cumplen una función los rituales, en este caso, la de enmarcar una lectura. Pero más que eso, la de hacer de símbolos indispensables para reforzar la función del héroe.

Tras elegir a Rodrigo para lavar la afrenta del conde de Lozano, Diego Laínez entrega a su hijo menor “la espada de Mudarra”, que “tiene hábitos de vencer”, y le regala también su caballo, Babieca. Más tarde se hará de la famosa espada, Tizona.

En edad de caballeros, sus caballos son uno con su dueño, héroes como el héroe que los monta, famosos como su fama; “caballo y caballero forman un todo, un bloque de epopeya”. Y su espada, una extensión de su brazo.

Todo adquiere un significado especial. El individuo, heroico, domina sobre todo, como queriendo deshacer la maraña de hilos medievales que lo atan a mil compromisos coartándole su libertad, su individualidad.

2.8. Las hazañas, sentido y significado

Las hazañas no son solo hechos memorables. Rodrigo tomó la mano de España. “Y así como se dice Paolo y Francesca, Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta, así debe decirse Rodrigo y España”.

Y es algo maravilloso. “Los dos amantes ya no pertenecen a la tierra. Entran en lo inverosímil, se embarcan en el sueño, flotan sobre lo maravilloso, vuelan entre capas de sublime, pasan más allá del milagro”.

Descansando de muchas hazañas, de las luchas intestinas entre los reyes españoles, Rodrigo está en Vivar. “El lenguaje toma timbres de acero. En las tierras del Cid se habla un español más seco, más alto, más épico que en el resto de España. Se habla en poema. Las palabras tienen reverberaciones de milagro. Un día se anuncia que vienen los enviados de los reyes moros vasallos del Campeador a pagar su tributo. El pueblo los mira entrar en la mansión del amo con la mayor naturalidad del mundo. Nadie se extraña de este desfile de cuento de hada. Viven en lo maravilloso y ellos se consideran en Vivar más que en una corte”.

Son hazañas maravillosas también actos del orden de lo ordinario. Cuando se casa Rodrigo con Jimena, “al paso de la comitiva caen flores, flores, flores. Es una lluvia de flores. Nadie sabe de dónde han podido sacarse tal cantidad de rosas, claveles, azahares, margaritas, lirios, violetas. Caen del cielo. Juntando todas las flores de España no se llegaría a la mitad de las que allí vuelan por el aire y yacen en el suelo como mariposas predestinadas. El amor al Cid ha hecho el milagro de la multiplicación de las flores”.

Y trajeron al mundo a sus dos hijas, “y ese año el cura ha bautizado un noventa por ciento de Cristinas y un noventa por ciento de Marías. La aritmética diría imposible; pero, ¿qué puede la aritmética contra la realidad?”, maravillosa.

El significado, nos habla de una grande acción. Más, una gesta, una leyenda, tras su destierro de Castilla, sus hazañas se engrandecerán más aún. “Adonde llega el Cid, llega el milagro, lo inaudito, lo maravilloso, lo alucinante”.

El sentido, nos habla de la irrupción de lo extraordinario en el orden de lo real.

Y así, retomando algo viejo, esa tradición de novelas medievales, nos da algo nuevo.

3. Biografía incompleta

Si, como describen, destacan, atacan, Vicente Huidobro quería ser el primero en todo, podría decirse fue primero también en un tipo de novela latinoamericana.

Dijo Fernando Alegría, sin perder el elogio, que un demérito de nuestro autor es esa “ambición dramática”. Habló Juan Manuel Vial, también sin perder el elogio, de su “exceso de vanidad”. Admitió Volodia Teitelboim, menos aún perdiendo el elogio, “su obsesión de pionero en la literatura”. Rechazó Alone su egocentrismo, su insensibilidad agresiva, su complacencia de sí mismo.

Se lo aísla de un rasgo de su época, y en particular del movimiento estético de vanguardia de su época. Recuerda John Berger en su estudio sobre Picasso que el “verdadero arte moderno”, en palabras de Apollinaire consistía en que “nosotros estamos luchando constante a lo largo de las fronteras del infinito y del futuro”.  

Aún así, se trata de rasgos biográficos incompletos.

Es que podríamos decir, repetimos, que fue primero en un tipo de novela latinoamericana. El tipo de novela que llamamos la novela real maravillosa, el realismo mágico, que irrumpiría años después. Descripción, destaque, ataque incompleto entonces. Incluso para sí mismo. Retomó la tradición de la novela de caballería, que está en las fuentes del realismo mágico.

4. Lo extraordinario. Las novelas de caballería

Lo destacó Vargas Llosa, como sabemos. Las ensalza, describe, reivindica, otorga privilegiada raíz del realismo mágico latinoamericano. Las novelas de caballería, nos dice, “no son irreales; son realistas, pero su concepto de realidad es más ancho y complejo que la ajustada noción de realidad que estableció el racionalismo renacentista … la realidad reúne, generosamente, lo real objetivo y lo real imaginario en una indivisible totalidad”.

Entre sus rasgos, destaca: la fecundidad episódica, estructuras temporales delirantes, primacía de la acción, de la aventura, por sobre los pensamientos y sentimientos.

Agregará una diferencia esencial, entre aquellas novelas de caballerías y las posteriores novelas de lo real maravilloso latinoamericano: “el contenido de la noción de realidad total ha cambiado sustancialmente. Ni lo real objetivo ni lo real imaginario son, en nuestro tiempo, lo que eran en el siglo XV; no solo la historia y la geografía evolucionan con el tiempo, no sólo lo real objetivo se amplía o se reduce con el progreso de la ciencia; también lo imaginario muda al compás de esos cambios: los fantasmas son tan distintos como los hombres de una época a otra”.

Sin embargo, el rechazo que hubo a las novelas de caballería se debe a “el miedo del mundo oficial a la imaginación, enemiga natural del dogma y fuente de toda rebelión. En un momento de apogeo de la cultura escolástica, de cerrada ortodoxia, la fantasía de los autores de novelas de caballerías debió resultar insumisa, subversiva su visión sin anteojeras de la realidad, osados sus delirios, inquietantes sus criaturas fantásticas, sus apetitos diabólicos”.

Y tal vez por esto mismo, una rara diagonal puede trazarse con este otro modo de anticipación de lo real maravilloso: reescribir una novela legendaria, intervenirla, traerla a nosotros de nuevo.

5. La esencia de las cosas. La novela

Busca el novelista, nos dice Leonardo Padura, la universal búsqueda de toda novela: “comprender la vida”, “expresar la condición humana”, “llegar al alma de las cosas”.

¿Pero es posible?

A veces es imposible, el autor, poeta, novelista, debe confesarlo. Y en la confesión de su fracaso, abrir un camino.

El misterio: lo que está allí, lo que podemos ver, comprobar, mostrar narrándolo, pero no lo podemos nombrar. Y sin embargo, aquí está, ante nosotros. La naturaleza humana, la esencia de las cosas, ¿cómo nombrarla, definirla, pretender atraparla, con razones, con palabras? No se puede, llamemos a San Agustín en nuestra ayuda, “si no me lo preguntan lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro”.

El misterio de la naturaleza humana, llegar a él, es el propósito imposible de la novela y mil y una vez emprendido.

El Cid Campeador “es el hombre del triunfo. El triunfo va atado a la cola de su caballo, ligado a él de modo misterioso. No se sabe por qué, pero ante el hecho no queda más que inclinarse. Así como en los naipes hay un as de triunfo, así suele pasar en la vida; de repente sale un hombre que es el as de triunfo de la vida. El Cid no es un genio militar como Alejandro, como Aníbal, como César o como Napoleón. Es otra cosa. Tampoco es un talento militar como Scipión, como Turena, como Wellington. Es otra cosa. Es más y es menos. Digo mal, es más … Mirad al Cid en las batallas; es más que genio y que talento. Es el hombre eléctrico. Al genio puede fallarle la inspiración, al talento pueden fallarle los cálculos, al hombre eléctrico no le falla la electricidad. Por encima de la inspiración genial y de los cálculos rígidos, está la descarga de alta potencia, está la corriente de voltaje irresistible que un hombre puede hacer pasar de polo a polo de su ejército. Y esto es el Cid. Es una furia de cuerpos, de brazos y de bíceps. Es la fe, el ardor exaltado de la fe, la inconciencia de la fe, la locura de la fe que multiplica las fuerzas y para la cual no hay valla posible. Por todas partes donde pasa, tras sus pasos quedan signos indescifrables. Yo les propongo a los más sagaces, decid el misterio, resolved el problema. Y es que el problema no tiene solución. Se le contempla, se le mira obrar, se le ve salir de todas las leyes y entrar en el imponderable, en lo que no puede reducirse a lógica. Es así y nada más”.

6. La esencia de las cosas. La realización de una voluntad poética

Nos habla, Padura otra vez, del sentido “ideoestético”. Una estética con un propósito. Cada autor, cada autora, el suyo propio.

Todos, con sus personajes, sus circunstancias, sus situaciones, su anécdota, buscando el encuentro entre realidad e imaginación, particularidad y universalidad, que nos ayuda a llegar, a cada uno, al alma de las cosas.

Tiene Rodrigo Díaz de Vivar -porque es una encarnación de la Historia, de la Nación, la suya, España, en un momento crítico-, un propósito, una misión, un sentido.

Vicente Huidobro, esa voluntad de infinito, de absoluto que en su vida rozó, en sus acciones artísticas mostró, en su poesía formuló, y que en su novela, historia extraordinaria, realizó.

7. La novelística de Vicente Huidobro, plasmación de su proyecto estético

La novelística de Vicente Huidobro, en particular ‘Mío Cid Campeador. Hazaña’, es, acaso más que su poética, la plasmación de su proyecto estético y vital: cambiar la vida.

Cambiar la vida necesita de un ideal, una gesta legendaria, un héroe provisto con esa voluntad, con su espada.

El ideal de su proyecto estético, la gesta legendaria de la estrategia de construcción de su figura de escritor, la voluntad manifestada en su obra, la espada que es su pluma de escritor.

En esta novela los aúna y encarna.

Bibliografía

BERGER, JOHN. Fama y soledad de Picasso

HUIDOBRO, VICENTE. Mío Cid Campeador. Hazañas

PADURA, LEONARDO. Agua por todas partes

SEMPRUN, JORGE. La algarabía

TEITELBOIM, VOLODIA. Huidobro. La marcha infinita

VARGAS LLOSA, MARIO. García Márquez: historia de un deicidio

VARGAS LLOSA, MARIO. Carta de batalla por Tirant Lo Blanc

VERGARA, SERGIO. Vanguardia literaria. Ruptura y restauración en los años 30

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