ARTE Y LITERATURA. Beatrix Potter. Alberto Manguel

Las imágenes de la Europa medieval ofrecían una sintaxis sin palabras a la que el lector añadía silenciosamente una narración. En nuestro tiempo, al descifrar las imágenes de los anuncios, de los videos, de las historietas, también prestamos a la narración no solo voz sino vocabulario. Al comienzo de mi actividad como lector, antes de encontrarme con las letras y sus sonidos, yo debía de leer ya de esa manera. Debo haber elaborado, con las acuarelas de Beatrix Potter, con los descarados Struwwelpeter, con las grandes y luminosas criaturas de La hormiguita viajera, relatos que explicaran y justificaran las distintas escenas, uniéndolas en una posible narración que tuviera en cuenta todos y cada uno de los detalles representados. No lo supe entonces, pero estaba ejercitando mi libertad de lector casi hasta el límite de sus posibilidades: no sólo era mía la historia contada, sino que nada me obligaba a repetir una y otra vez el mismo relato aunque las ilustraciones siguieran siendo las mismas. En una de las versiones el anónimo protagonista era un héroe, en otra un malvado, y en la tercera llevaba mi nombre.

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