
“En El 3 de mayo Goya refleja con sutileza y habilidad el desmoronamiento y la confusión del trauma desdibujando los bordes visuales del lienzo y creando con el pincel una sensación de bordes que se desploman o de su colapso inminente. El aterrado protagonista se está arrodillando en medio de la sangre de sus compatriotas; hay líneas rojas de sangre por el suelo, entre sus piernas y a lo largo del borde de sus pantalones amarillos. La fuerza narrativa del cuadro es tal que sabemos que ese umbral entre los vivos y los muertos no puede mantenerse. Al mismo tiempo, estamos ante un cuadro, y por mucho que sintamos que llega el momento, lo que vemos es una imagen congelada de un solo instante en el infierno, poco antes de que abran fuego los rifles y caiga al suelo el cuerpo de un hombre, ensangrentado y perforado por las balas. Yo, el observador, tengo la vista fija en ese hombre intensamente iluminado y me siento atraído hacia él en los últimos segundos de su vida. Mi identificación con él se ve reforzada por el ángulo de mi visión que me desestabiliza, me coloca a su lado en ese suelo ondulante. En efecto, Goya ha convertido al espectador en testigo, un testigo que, como las personas traumatizadas por la guerra, deben de volver la mirada una y otra vez hacia un momento catastrófico en el que el tiempo real se paraliza y es reemplazado por una alucinación recurrente. Entonces es ahora. El pasado es el presente”.
Un comentario en “ARTE Y LITERATURA. El 3 de mayo, Goya. Siri Hustvedt”