
A partir de
El hombre de arena, de Hoffmann
Fue una coincidencia de nombres, el del relojero Coppola con el del alquimista Coppelius que visitaba y dominaba a su padre, lo que despertó “su miedo infantil”.
Al “hombre de arena” que invocaba su madre para enviar a Nataniel a dormir, y que tanto terror le despertaba, que temía que fuera real. Temía, y deseaba, porque cuando le preguntó si en verdad existía, su madre le dijo que no, su criada le dijo qué sí, que existía y si no se dormía le arrancaría los ojos, y sus sentidos también le confirmaron su existencia: los ruidos de los pasos que escuchaba cada vez que se encerraba en su habitación. Eran los del alquimista. Y fue estando con el alquimista, encerrados con sus experimentos, que el padre murió violentamente.
Clara, su amada, lo tranquilizaba: “las cosas terribles de que hablas tienen su origen dentro de ti mismo, el mundo exterior y real tiene poco que ver … El Hombre de Arena de la niñera se asoció en tu imagen infantil al viejo Coppelius quien, sin que te dieras cuenta, permaneció en ti como un fantasma de tus primeros años … Es el fantasma de nuestro propio Yo cuya influencia mueve nuestra alma y nos sumerge en el infierno o nos conduce al cielo”. Reconoce que es “una lucha”, pero que ese, “nuestro enemigo interior”, “debe doblegarse ante nosotros mismos”.
El admite que es cierto, que Coppola no es Coppelius. Sin embargo, hay algo más que la resonancia de nuestros temores infantiles.
Nataniel se enamoró de Olimpia, la hija de su profesor Spalanzani ,que veía desde su ventana, cuando la conoció en la fiesta que el profesor ofreció. Bailó con ella. El amor lo desbordó, olvidó a la dulce y sensata Clara, le propuso matrimonio. Hasta que confirmó que la bella Olimpia era una autómata. Se desesperó, enloqueció, lo encerraron en un manicomio.
Tenía Clara razón cuando le advertía del terrible “fantasma de nuestro propio yo”, erraba cuando le aclaraba que “el mundo exterior y real tiene poco que ver”: Coppelius era solo un alquimista, Olimpia apenas una autómata, no reconocer como tal ese mundo exterior es lo que nos impide doblegarlo, haciendo de “nuestro interior … nuestro enemigo interior”.
(Como excepción, un contrapunto con Freud que afirma que a pesar del “motivo de la muñeca Olimpia … el centro del relato se sitúa más bien en otro factor … el motivo del Hombre de Arena que arranca los ojos a los niños … la angustia por los ojos, la angustia de quedar ciego, es con harta frecuencia un sustituto de la angustia ante la castración”. Y analiza lo ominoso, entendido como “aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo”, dentro de su definición de la estética no como circunscrita “a la ciencia de lo bello, sino que se la designe como doctrina de las cualidades de nuestro sentir”. Aunque menciona una variante que admite a la muñeca Olimpia: que no se trate en el cuento “una angustia infantil, sino un deseo o apenas una creencia infantiles”).
(Siruela. Traducción de Violeta Pérez Gil)