
A partir de
Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas
En “aquella época de libertad mínima pero de independencia grande”; “a la vez tan caballeresca y tan galante”, en la que se pensaba en el amor y en “la gloria a adquirir y el dinero a ganar”.
Hay “intrigas, intrigas”. Malentendidos, enredos, encuentros fatales, desencuentros peligrosos.
Hay, en esta historia de nuestros héroes, “nuestro buscador de aventuras”, una aventura detrás de otra, sin descanso.
Hay el carácter de d’Artagnan, gascón valiente, prudente, inteligente, audaz, que se une con tres de los mosqueteros del rey, “una legión de diablos sueltos”, Athos, Porthos y Aramis, unión tal que les hará decir que “todos para uno y uno para todos es nuestra divisa”. Dirigidos por su capitán Treville, son fieles al rey amenazado en su poder por el Cardenal Richelieu que cuenta con su propia guardia, su “red de espías”, sus temibles legajos con la vida y obra de cada persona, sus conspiraciones.
Hay el poder desgarrado. El rey Justo y Casto, Luis XIII, y el cardenal, “este segundo o más bien primer rey de Francia, que había querido también él tener su guardia”. Y ese poder desgarrado exigía “una elección que había que hacer entre el rey y el cardenal”. D’Artagnan, recién llegado a Paris, elegirá el lado del rey junto a los mosqueteros. El rey se lamenta, “es muy triste, creedme, ver dos partidos, dos cabezas en Francia, pero todo esto acabará, creedme”.
Hay amor de gentileshombres, nobles y monarcas, y política entremezclada. La costurera de la reina sra. Constance de Bonacieux fue secuestrada y su marido el sr. Bonacieux, torpe, mezquino y avaro burgués, cree que es “menos amor que política”. Aunque ambas están mezcladas. El Cardenal hizo ir al duque de Buckingham a Paris engañado con una falsa carta para revelar al rey que es amante de la reina, a la que odia por haber rechazado su amor de poderoso Cardenal y quiere perjudicar. Se enteró que la reina le entregó unos herretes de diamante, y aconseja al rey de un baile y exija a la reina lucirlos. La reina, enterada, a través de la sra. Bonacieux envía una misión, encomendada a d’Artagnan, a Londres para avisar a Buckingham y se los envíe de vuelta, pero la agente del Cardenal en Inglaterra le robó dos diamantes como prueba del regalo de la reina a Buckingham. Otra agente del Cardenal, la monstruosa, un verdadero demonio, Milady de Winter, condesa de la Fére, Charlotte Bakcson, siempre una cara más terrible que la otra, sería decisiva en las conspiraciones de Richelieu, instrumento del asesinato del duque de Buckingham, que decidiría el triunfo del rey, y del Cardenal, contra Inglaterra, contra los hugonotes, en el asedio a la Rochela de 1623; aquel asesinato de un jefe, “uno de esos acontecimientos que cambian la faz de un Estado”, bien lo sabía el Cardenal, que muchas veces en la batalla se detenía a observar desde la orilla, “mezclando la inmensidad de sus sueños a la inmensidad del océano”.
Pero hay más que amor, intrigas, aventuras. Más que valor, prudencia, gloria y dinero. Más, incluso, que divisiones entre los poderosos, el rey y el Cardenal, la Monarquía y la Iglesia. Más que las guerras entre Francia e Inglaterra: la Rochela, refugio de los hugonotes desde Enrique IV, baluarte calvinista, punto de encuentro de españoles, ingleses, italianos descontentos, fuente de revueltas, puerta de entrada para las ambiciones de Inglaterra, “nuestra eterna enemiga”, por lo que, venciendo allí, “el Cardenal acababa la obra de Juana de Arco y del duque de Guisa”. Y también, estaba la rivalidad del Cardenal con Buckingham por el amor de la reina: vencer a Inglaterra era vencer a Buckingham.
Hay, entonces, el capricho de los poderosos. Temible. Tanto, o más, que las intrigas, las armas y el dinero; porque, acaso, las pone a su servicio.
Buckingham hizo cerrar todos los puertos de Inglaterra para que aquellos dos diamantes no llegaran a manos del Cardenal. Y que, si el rey pedía explicaciones, diría que había decidido finalmente la guerra contra Francia. “D’Artagnan miró asombrado a aquel hombre que ponía el poder ilimitado que le había investido la confianza de un rey al servicio de sus amores … se admiró al pensar de qué hilos tan frágiles y desconocidos penden muchas veces el destino de los pueblos y las vidas de los hombres”.
Ríos subterráneos de caprichos, rivalidades, venganzas, mezquindades, que alimentan las tormentas en la superficie de los océanos de intereses que sacude a las naciones
Si, tan frágiles y desconocidos hilos. Tan distante, tan próximo a nuestros días.
(Editorial Andina. Traducción: Mariano Orta Manzano)