
Píldoras de la crítica. Byron y Voltaire. André Maurois
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
Lord Byron en Italia, ya en 1818. “Su filosofía había cambiado mucho después del destierro. ‘Manfredo’ había sido la última explosión revolucionaria, el último grito de dolor del individuo vencido por el universo. Byron despreciaba ahora ‘El corsario’ y ‘Lara’; no podía comprender que el público hubiera podido soportar aquellos personajes falsos y exagerados. Su lectura favorita desde hacía algunos meses era Voltaire. En él encontraba su propio pesimismo, pero visto por el lado cómico. Cándido hubiera podido ser Childe Harold si Voltaire no hubiera dominado a Cándido, si Voltaire no hubiera juzgado a Voltaire. El destino del hombre aparece trágico si el espíritu identificándose con un solo ser – Otelo, Hamlet, Conrado-, comparte sus sufrimientos y las torturas de su ánimo. Es cómico si el observador registra al mismo tiempo la increíble exaltación de cada uno y el mecanismo, idéntico en todos, de las pasiones. Byron, que había sido siempre en su correspondencia un humorista genial, no había querido hasta entonces manifestar en sus versos esta cualidad de su espíritu. En aquel ‘Don Juan’ en el que trabajaba desde hacía un año, había encontrado por fin el medio de verter libremente una fusión de Voltaire y del Eclesiastés, que era la forma natural de su pensamiento. ‘Don Juan’ debía ser una epopeya moderna.
Nunca había tenido Byron la inteligencia más clara, una forma más natural, más vigorosa. El tono era el de ‘Beppo’: una poesía que se burlaba de sí misma y que disimulaba una filosofía amarga y enérgica bajo una alegría ligera y unas rimas un poco alocadas. Durante mucho tiempo se había abandonado sin reserva a los impulsos de su sensibilidad. Con la calma de la distancia, el juicio recobraba sus derechos. Los gritos y las quejas quedaban atrás. Claro que Byron era más complejo y más sensible que Voltaire. Su fisonomía teórica era, como la de Voltaire, un racionalismo deísta; pero Voltaire no estaba atormentado ni por los sufrimientos de una infancia calvinista ni por el conflicto de un temperamento sensual y de un alma naturalmente religiosa. Su campo de ideas era estrecho y claro. En Byron, inmensas tierras desconocidas, oscuras y pobladas de monstruos rodeaban la zona luminosa. Voltaire estaba perfectamente contento de sí mismo cuando había ‘aplastado un misterio bajo diez verdades pequeñas’. Byron, porque había conocido el sentido del pecado, conservaba el sentido del misterio. Pero éste se había desplazado: no era tanto el destino de George Gordon lord Byron como el de la Humanidad, y por eso se convertía en universal, clásico”.