ARTE Y LITERATURA. Cleopatra, Rubens. Lucy, Charlotte Brontë

“Cierto día, bastante temprano por la mañana, me encontré casi sola en una galería, delante de un cuadro de colosales dimensiones, muy bien iluminado y protegido por un cordón, frente al que habían colocado un cómodo banco para los entendidos que, después de admirarlo de pie, quisieran hacerlo sentados: aquella tela parecía considerarse a sí misma la reina de la colección. Representaba a una mujer, de tamaño considerablemente mayor que el real, pensé. Calculé que aquella dama, en una balanza destinada a la recepción de grandes mercancías, pesaría indefectiblemente entre noventa y cien kilos. Lo cierto es que estaba muy bien alimentada: debía de haber consumido mucha carne, además de pan, verduras y líquidos, para alcanzar aquella altura y anchura, aquella masa de músculos, aquella abundancia de carnes. Yacía recostada en un sofá, sería difícil decir por qué. La luz del día brillaba a su alrededor; parecía gozar de buena salud y ser suficientemente fuerte para hacer el trabajo de dos cocineras; no podía alegar la menor dolencia en la espina dorsal; tendría que haber estado de pie o, por lo menos, sentada muy  erguida. Nada justificaba que pasara la mañana holgazaneando en un sofá. Tendría, asimismo, que haberse vestido decentemente, y llevar un traje que la cubriese como era debido, algo muy alejado de la realidad: se las ingeniaba para que una gran cantidad de ropajes y telas —yo diría que más de veintisiete yardas— resultaran insuficientes para lograrlo. En cuanto al terrible desorden que la rodeaba, parecía inexcusable: en primer plano, había vasijas y cacharros (quizá debería decir jarrones y copas) tirados por doquier; una gran cantidad de flores marchitas se entremezclaban con ellos, y una masa caótica y absurda de cortinajes cubrían el sofá y se amontonaban en el suelo. Al consultar el catálogo, descubrí que el título de aquella notable obra era Cleopatra. Pues bien, estaba yo sentada contemplándola con asombro (ya que había un banco, me pareció oportuno aprovecharlo), pensando que, aunque algunos detalles —las rosas, las copas de oro, las joyas, etc…— estaban pintados con gracia, el conjunto era un adefesio”.

Pero. Aparece Paul, y la reconviene: “¿Cómo se atreve usted, tan joven, a sentarse y contemplar descaradamente ese cuadro con la flema de un garçon?”

Y coloca “una silla en un rincón especialmente sombrío, delante de unos cuadros sin el menor interés.

—Mais, monsieur…

—Mais, mademoiselle, asseyez-vous, et ne bougez pas —entendez-vous? Jusqu’ à ce qu’on vienne vous chercher, ou que je vous donne la permission.

—Quel triste coin! —exclamé—. Et quels laids tableaux!

Y lo cierto es que eran espantosos; se trataba de una serie de cuatro que el catálogo denominaba La vie d’ une femme. Estaban pintados en un estilo muy peculiar: monótono, sin vida, pálido, formal. En el primero se veía a una Jeune Fille saliendo de la iglesia, con el misal en la mano, un vestido muy recatado, los ojos bajos y los labios fruncidos: la imagen de la más joven, infame y precoz hipócrita. En el segundo, una Mariée, con su largo velo blanco, arrodillada en un reclinatorio de su alcoba, con las manos juntas, dedo con dedo, mostrando el blanco de los ojos del modo más exasperante. En el tercero, una Jeune Mère, con la cabeza inclinada con desconsuelo sobre un bebé arcilloso e hinchado, con un desagradable rostro de luna llena. En el cuarto, una Veuve, vestida de negro y llevando a una niña también enlutada de la mano, contemplando un mausoleo francés en un rincón de algún Père La Chaise. Aquellos cuatro ángeles eran torvos y grises como ladrones, fríos y sin vida como fantasmas. ¡Qué mujeres! ¡Quién podría vivir con ellas! ¡Falsas, malhumoradas, necias, sin sangre en las venas! Tan malas a su manera como Cleopatra, la enorme e indolente gitana”.

[Es que, nos explica Kate Millett, la Cleopatra de Rubens “representa el sueño masculino de la odalisca desnuda y anhelante, la carnalidad desenfrenada que acecha al hombre en el fondo de su mente, y que sólo puede neutralizarse mediante su reverso: la imagen femenina que pretende inculcar a la propia mujer. Cleopatra sólo fue creada para deleitar al varón, debido a lo cual Paul manifiesta un profundo asombro cuando sorprende a Lucy absorta en su contemplación”].

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