La hija de Homero, de Robert Graves

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La hija de Homero, de Robert Graves

Cae la desgracia sobre la casa de Nausicaa, “una desdichada tarde, hace tres años”. Alfides “el rey, viajando en busca de Laodamante”, su hijo mayor, y poco después su hijo menor “el príncipe Clitóneo en busca del rey, y los malditos nobles conspirando para tenderles una emboscada y matarlos cuando regresen”, mientras también humillaban la casa real consumiendo toda su hacienda, ocupando su palacio para sus festines, pretendientes de la mano de Nausicaa uno de sus líderes, otro, de la mano de Ctimene la esposa de Laodamante, al que ellos, no ella y por eso le esperó largamente sufriendo, ya sabían muerto. Ciento doce pretendientes que habrían atemorizado y sometido a cualquiera.

No a Nausicaa, que organizó el castigo de los pretendientes, esos rebeldes, traidores, abusivos. Junto con su madre, que le dio el tejido para su vestido de casamiento y que la hija destejía cada vez que se acercaba a dejarlo terminado, postergando la elección de un marido entre aquellos pretendientes. Junto con su impetuoso e irreflexivo hermano Clitóneo, antes de su corto viaje en busca de su padre. Junto con el náufrago cretense que encontró en la playa, el enclenque e ingenioso Eton, al que introduciría como mendigo en su casa para enfrentar a los nobles que la saqueaban. Junto con el fiel porquerizo Eumeo y su hijo, y el fiel criado Filecio. Y sí, todos hechos, entre tantos, que conocemos cantados por Homero.

Venció a los usurpadores. Pero no fue, acaso, la mayor obra que realizó por los descendientes de la casa de Egesto, que combatió en Troya junto a Príamo, logró huir tras la brutal derrota y se instaló allí en Sicilia, donde seguían viviendo y reinando los suyos. 

La mayor obra fue esa otra, imperecedera decisión, motivada por un temor y un deseo. “Esta preocupación mía por la muerte excusa, o por lo menos explica, la extraordinaria decisión que adopté hace poco: asegurarme una vida póstuma bajo el manto de Homero”.

Sí, también una mujer podía componer una epopeya. “Los Hijos de Homero son tan celosos de sus privilegios, que no permiten que nadie, salvo los miembros de su propio clan, declame ante príncipes. Y nadie se atreve a competir con ellos. Pero si los hombres cantan ante los hombres, ¿por qué las mujeres no habrían de cantar ante las mujeres? Atenea, que inventó todas las artes intelectuales, es una mujer. Y lo mismo las Musas, que inspiran todas las canciones. Y la pitonisa, que profetiza versos inolvidables, es una mujer. ¡Oh Musas -oré en silencio-, entrad en el corazón de vuestra sirvienta Nausicaa y enseñadle a componer diestros versos hexámetros!”.

Y fue componiendo la Odisea, comenzando una noche en las porquerizas del palacio. Pero no la extrajo, o no solamente, de las enseñanzas de las Musas. La fue extrayendo de sus experiencias comenzadas con la desgracia caída sobre su casa, deformándolas con libertad. De la propia tradición épica y su autoridad. De los relatos populares de sus súbditos. De los antiguos cuentos infantiles que le contaba su tío Méntor. De la audaz decisión de corregir a Homero.

  • La deformación de la experiencia. “Por cierto que me he apegado a mi propia experiencia tanto como me fue posible, y cada vez que el tema fijado me lleva a describir sucesos y lugares que no conozco, los rozo ligeramente u ofrezco, en cambio, una descripción de cosas que conozco bien”. El palacio de Odiseo en Itaca, era su propio palacio, y “para los fines de mi poema épico lo he adornado con más esplendores de los que en realidad posee”. Las islas que recorrería Odiseo, “Itaca, Zacinto, Same y demás islas del grupo, que son el escenario principal de mi epopeya, como jamás las visité ni puedo hacer una descripción precisa de su posición y su aspecto, me las arreglo con las islas Agudas, que son mucho más pequeñas, pero me resultan familiares”.
  • La autoridad de la tradición épica. “Es claro que a veces exagero como todos, y me veo obligada a adaptar, trastocar, disfrazar, disminuir y ampliar incidentes, para hacer que concuerden con la tradición épica”. Adoptó, trastocó, disfrazó, hechos de la Ilíada y de la zaga de Odiseo, “La partida de Odiseo a Troya”, “El llamado de Odiseo”, “El regreso de Odiseo”, que en palacio cantaban los Hijos de Homero, Demódoco y Femio.
  • Los relatos populares de sus súbditos, como las historias de Egesto con su viaje a Troya y su escape de los herreros cíclopes, o el de Sicano y el gigante Conturano arrojando dos gigantescas rocas que se incrustaron en la mar, que contaba mientras tejían las mujeres Gorgo, la más antigua de ellas. “¡Gorgo, como nos tienes pendiente de un hilo! ¡Ay, que Homero no tenga hijas, además de hijos! Porque en ese caso, y si ellas convirtieran tus relatos en poemas y los cantaran dulcemente, con el acompañamiento de la lira, ¡cuán arrobadora diversión sería!”. Y eso mismo pensaba Nausicaa y la confirmaba en su decisión.
  • Los antiguos cuentos infantiles. Le pidió en estos días de desdichas a su tío Méntor que se los volviera a contar. “Mi favorito era el del rey que no quería morir”, el rey Ulises.
  • Corrige a Homero. Enorme audacia, la mayor tal vez de entre tantas. Canta Homero hechos escandalosos de los dioses. Nausicaa se pregunta preocupada si “¿son permisibles estas bromas contra los olímpicos?”, y no quiere que así sea. Aunque su padre Alfides le había explicado que no se trataba de irreligiosidad, sino de una burla de Homero a los bárbaros dorios que habían destronado a la Gran Diosa Rea de pelasgos, jonio y eolios, por la patriarcal teología olímpica con Zeús en el trono divino.

Claro que podían, los escrupulosos, cuestionar las descripciones, y así desacreditar a su autora. Por eso, “los que escuchen mi poema y descubran que no concuerda con sus propios conocimientos geográficos, respetarán la fama de Homero”.

Nausicaa, Hija de Homero, para que se respete su fama. Nausicaa, la propia Homero, para que respeten los hombres.

(Editorial Sudamericana. Traducción de Floreal Mazía)

(Como excepción. Claro que es posible pensar que La Odisea fuese de Nausicaa, no de Homero. El propio Borges podría admitirlo, aunque no lo hizo, si nos dijo que “no sabemos si Homero existió. El hecho de que siete ciudades se disputaran su nombre basta para hacernos dudar de su historicidad. Quizá no hubo un Homero, hubo muchos griegos que ocultamos bajo el nombre de Homero”. O muchas griegas, o una, Nausicaa. Si hasta el propio Borges, podría ser el propio Homero, como nos dice Alberto Manguel: “Jorge Luis Borges. Quiso ser Ulises y le tocó ser Homero”).

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