
A partir de
Mastín, de Joyce Carol Oates
De Mágico, sombrío, impenetrable, ‘Mastín’. Dos desconocidos, pero juntos, presentados por amigos comunes, más de él que de ella. Juntos, pero distantes. Un poco ignorándose, un poco rechazándose, silenciosamente.
Simón, ex director de un prestigioso laboratorio de investigación. “El trabajo era la ocupación más importante de su vida”. No se había casado. No se había enamorado nunca. No tenía hijos, aunque lo haya deseado. “No estaba satisfecho con su vida fuera del laboratorio”. Y tenía cincuenta y siete años.
Mariella, con 41 años, “también ella se sentía sola e insatisfecha, pero más que de sí misma estaba sobre todo insatisfecha de los demás”. Siempre había salido con varios hombres a la vez, sin comprometerse nunca con nadie, a la vez que quería toda la atención para ella. Toda su vida echó de menos al padre ausente, pese al resentimiento que sentía por cómo trataba a su mujer, que se mostraba servil ante él, por cómo las abandonó. “Pensaba. Es de locos ser vulnerables como lo son las mujeres. Nada se merece tanto sufrimiento”. Y se preocupaba por cómo la veían los demás. Le hubiera gustado medir 1,75 caminar con arrogancia femenina, con confianza sexual. Pero medía 1,60, así que sólo le quedaba ser receptáculo del deseo masculino.
El tan dominante, autoritario, egoísta, insoportablemente masculino. Ella, bueno, aceptándolo.
En una excursión, la ataca un mastín. Él se interpone, la salva, pero termina gravemente herido internado en una clínica. Ella siente gratitud hacia él, siente vergüenza por haberle valorado de manera negligente, y siente el deber de permanecer a su lado.
Deber, vergüenza (de sí), gratitud: sentimientos para apenas aceptar a alguien; para apenas aproximar dos distancias. Pero ¿no se trata siempre de dos distancias que se aproximan?
(Alfaguara. Traducción del inglés de José Luis López Muñoz)
Dos distancias que se aproximan o el magico musterio del encuentro?
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