
“A mediados del siglo XVIII, el francés Jean-Baptiste Siméon Chardin pinta el cuadro Los placeres de la vida privada, título que habla de las diversiones o la ociosidad de la vida cotidiana. Muestra a una mujer confortablemente sentada en un gran sillón rojo de alto respaldo y apoyabrazos acolchados, con un mullido almohadón en la espalda y los pies descansando sobre un taburete. Los contemporáneos de Chardin creían poder descubrir una cierta indolencia en la ropa de la mujer, vestida a la última moda de entonces, pero sobre todo en la manera en que sostiene el libro sobre sus rodillas con la mano izquierda.
En un segundo plano de la pintura observamos una rueca apoyada sobre una pequeña mesa, así como una sopera y un espejo dispuestos sobre una cómoda cuya puerta semiabierta permite adivinar la presencia de otros libros. Pero, comparados con la imagen expresiva y luminosa de la lectora en primer plano, estos objetos de la vida cotidiana pasan casi desapercibidos. Aunque esta mujer, que en otras ocasiones puede igualmente hilar o preparar una sopa, tenga el libro entreabierto para poder retomar su lectura en el punto donde la había suspendido, no parece haber sido interrumpida —porque su marido le ha reclamado tal vez la comida, sus hijos las bufandas y las gorras, o simplemente porque su voz interior le ha recordado sus deberes domésticos—. Si esta mujer ha interrumpido su lectura, lo ha hecho más bien libremente y de buen grado para reflexionar sobre lo leído. Su mirada, que no está fija en nada —ni siquiera en el espectador del cuadro, que se ve de este modo remitido a sí mismo—, da testimonio de una atención que vuela libremente, sugiere una intimidad reflexiva. Esta mujer sigue soñando y meditando sobre lo que ha leído. No sólo lee, sino que parece también forjarse su propia visión del mundo y de las cosas”.
(Stefan Bollmann. Las mujeres que leen son peligrosas)