
Si hilamos distintos puntos de vista, en una búsqueda siempre incesante, podemos recordar que Virginia Woolf, a la vez, rechazaba, de un lado, por irritante y superfluo “cualquier énfasis añadido concientemente al sexo de un escritor”, y de otro lado, afirmaba “la diferencia esencial (que) no se encuentra en el hecho de que los hombres describan batallas y las mujeres partos, sino que cada sexo se describe a sí mismo”, refiriéndose a “las cualidades de la literatura escrita por mujeres”.
Por su parte Siri Hustvedt nos interpela afirmando esa mezcla que cada persona tiene en sí (a la vez que expone la patriarcal y no dicha afirmación de ‘el hombre como medida de todas las cosas’, por así decir): “las mujeres que hacen arte, arte de toda índole, porque a las mujeres artistas se las mete en cajas de las que les cuesta salir. La caja tiene el rótulo «arte femenino». ¿Cuándo fue la última vez que oímos hablar de un artista, novelista o compositor masculino? El hombre es la norma, la regla, lo universal. La caja del hombre blanco es el mundo entero … «Todos somos masculinos y femeninos». Todo el gran arte es masculino y femenino”.
Y quiero agregar una interpelación, una invitación tal vez, sobre el poder de la palabra, de la literatura, de la poesía, escrita por una mujer, Emily Dickinson en una de sus Cartas: “Asombroso corazón humano, una sílaba te pone a temblar como al árbol sacudido, ¿qué infinito te espera?”.