Violeta, de Isabel Allende

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Violeta, de Isabel Allende

La pandemia se expandió rápidamente. “La peste empezaba con un frío de ultratumba, el tremedal de fiebre, el garrotazo de dolor de cabeza, la quemadura ardiente en los ojos y la garganta, el delirio con la visión aterradora de la muerte. La piel se iba poniendo de color azul morado cada vez más oscuro, los pies y las manos se volvían negros, la tos impedía respirar, una espuma ensangrentada anegaba los pulmones, la víctima gemía de zozobra y el fin llegaba por asfixia”. Al principio se desestimó, después se declaró el Apocalipsis. El Gobierno ordenó encerrarse en las casas, al incumplirse declaró el estado de emergencia, el toque de queda por las noches, la prohibición de circular; cerró escuelas, comercios y parques; sacó los militares a patrullar las calles; los devotos se congregaban en el santuario del padre Juan Quiroga.

Era el año 1920. El año que nació Violeta.

Yaima, la curandera del sur donde terminó viviendo su adolescencia y juventud, contaba que nació “cuando se fueron los españoles y nació la República … De ser cierto, tendría como ciento diez años, calculaba Lucinda, pero nada se ganaba con contradecirla, cada cual es libre de narrar su vida como mejor le plazca”. Y así, hacer de la vida de cada cual una novela, la novela de Violeta.

Entre los negocios arriesgados del padre y la crisis de 1929, la familia Del Valle quebró. Cosas de la edad, de la vida, del carácter, de las ocasiones, en esos momentos, los caminos divergen aún dentro de una misma familia. El padre, se suicidó. El hijo mayor, José Antonio se fue con su mamá, sus tías, Violeta, Torito el niño que habían protegido en la casona familiar, al Sur, a lo de los Rivas, Lucinda y Abel, la familia de Teresa Rivas, feminista, novia de Miss Taylor, la institutriz inglesa, en realidad irlandesa, que había sufrido los rigores de la pobreza y la violencia de los hombres en su país, y había logrado cicatrizarlos así, y aquí en Chile. En el Sur creció Violeta, a los veinte se asoció con su hermano en la primera empresa de casas prefabricadas, ‘Casas Rústicas’, que les permitió salir de la pobreza en la que habían caído, se casó a los veinticinco años, a los veintiocho dejó a su marido Fabián Schmidt- Engler.

“El viaje de la vida se hace de largos trechos tediosos, paso a paso, día a día, sin que suceda nada impactante, pero la memoria se hace con los acontecimientos inesperados que marcan el trayecto. Esos son los que vale la pena narrar”.

Los acontecimientos inesperados como su casamiento con Julián con quien tuvo a Juan Martín y Nieves, que le pegaba, humillaba y abusaba pero no podía abandonar por la dependencia emocional que la ataba, a la vez que era independiente económicamente, socia en ‘Casas Rústicas’, después en ‘Gaviota Air’ camino a hacerse rica y más tarde en ‘Mi Casa Propia’ la licitación del gobierno socialista de inicios de los setenta que habían ganado para construir viviendas populares, mientras le ayudaba a cubrir sus negocios sucios con la CIA, la mafia cubana y otras por el estilo. Tenía que cortar, no podía. Fue a un psiquiatra, sobreviviente del Holocausto ante quien le avergonzaba analizarse: “He tenido una vida banal, doctor Levy. Nada he hecho que valga la pena mencionarse, soy una mediocre”, y el doctor: “¿Para qué quiere una vida trágica, Violeta? Hay una maldición china que viene al caso: ‘le deseo una vida interesante’. La bendición correspondiente sería ‘le deseo una vida banal’”. Y la ayudó en su corte con Julián.

Hay acontecimientos y acontecimientos. Por momentos van, o parecen ir, en paralelo. Nieves casi muere de sobredosis de heroína en Estados Unidos y Violeta iba y venía, entre eso, y sus negocios que le permitían no preocuparse de las sacudidas del país. Hasta que empiezan a cruzarse: “vives en una burbuja mamá”, le recriminaba Juan Martín que militaba para las fuerzas del gobierno socialista. Y que con el Golpe sería perseguido. Salió al exilio ayudado por Torito ya con setenta años. Años después lo encontrarían en una fosa de campesinos detenidos desaparecidos y eso daría un vuelco en la vida de Violeta, iniciando otra etapa, de colaboración con agrupaciones de mujeres y feministas, primero contra la dictadura, después contra la violencia doméstica, además de volver a enamorarse y casarse, con sesenta y seis años y con aún más de treinta años por delante.

“Según el poema de Antonio Machado, ‘no hay camino, se hace camino al andar’, pero en mi caso no hice camino, sino que he transitado dando tumbos por senderos angostos y tortuosos que a menudo se borraban y desaparecían en la espesura. De camino propiamente, nada”.

Del camino de Machado, a los senderos tortuosos de Violeta, un siglo y sus vicisitudes no pasa en vano.

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