ARTE Y LITERATURA. (8 de marzo) Artesiana (madame Joseph-Michel Ginoux), Van Gogh. Stefan Bollmann

“En Arles, Vincent van Gogh solía frecuentar el Café de la Gare regentado por Joseph Ginoux, cuya esposa le sirvió de modelo para este retrato; como el mismo Van Gogh escribió a su hermano Théo, lo hizo «de prisa y mal» en tres cuartos de hora. Como Chardin, Füger y otros, Van Gogh no registra el proceso mismo de la lectura, sino su efecto, cuando los ojos de la lectora se han liberado de las páginas del libro y el eco de lo que acaba de leer resuena y se perpetúa en sus pensamientos. Pero a diferencia de los motivos de Chardin, Füger o, más tarde, Valloton, la lectora de Van Gogh desvía su mirada del espectador del cuadro para dejarla vagar a lo lejos, perdida en un horizonte indefinido. Además, la postura de su cabeza apoyada sobre su mano hace de ella una figura melancólica. Como todas las actividades del espíritu, el acto de la lectura rehuye cualquier forma de representación naturalista. El pintor sólo puede mostrarnos a una persona cuya postura y cuya mirada nos permiten concluir que está leyendo. A ese respecto, se puede suponer que la lectura es un fenómeno autónomo, como si bastara con ponerse a leer para que la búsqueda de la verdad lograra su objetivo. Sin embargo, la madame Ginoux de Van Gogh parece querer contradecir esa opinión generalizada: leer libros, nos dice tal vez esta mujer madura y sabia, es solamente el umbral de la vida intelectual; la lectura puede guiarnos, pero no es un fin en sí misma. Sin su increíble paleta de colores, los retratos de Van Gogh no tendrían ese carácter de revelación que nos sorprende cada vez que los contemplamos. En esta obra, el amarillo casi chillón del fondo oscurece la figura y la hace surgir al mismo tiempo en un halo de luz. Van Gogh comentó al respecto que quería darle al ser humano —hombre o mujer— un «encanto de eternidad»: estaba tratando de recrear con «el resplandor y la vibración de los colores» lo que los pintores de otros tiempos habían simbolizado con la aureola”.

(Stefan Bollmann. Las mujeres que leen son peligrosas)

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