
“El divino Marat, un brazo colgando fuera de la bañera y sujetando blandamente su última pluma, el pecho horadado por la herida sacrílega, acaba de exhalar el último suspiro. Sobre el pupitre verde situado ante él su mano sostiene aún la pérfida carta: ‘Ciudadano, basta que yo sea muy desgraciada para tener derecho a vuestra benevolencia’. El agua de la bañera está enrojecida de sangre, el papel está ensangrentado; en tierra yace un gran cuchillo de cocina empapado en sangre; sobre un miserable soporte de tablas que componía el mobiliario del infatigable periodista, se lee: ‘A Marat, David’. Todos esos detalles son históricos y reales, como una novela de Balzac; el drama está ahí, vivo en todo su lamentable horror, y por una proeza extraña que hace de esta pintura la obra maestra de David y una de las grandes curiosidades del arte moderno, no tiene nada de trivial ni de innoble. Lo más sorprendente en este desacostumbrado poema, es que está pintado con extrema rapidez, y cuando pensamos en la belleza del dibujo, hay para confundir nuestro espíritu. Esto es el pan de los fuertes y el triunfo del espiritualismo; cruel como la naturaleza, este cuadro tiene todo el perfume del ideal. ¿Cuál era entonces esa fealdad que la santa Muerte ha borrado tan deprisa con la punta de su ala? Marat ya puede desafiar a Apolo, la Muerte acaba de besarle con sus amorosos labios y reposa en la calma de su metamorfosis. Hay en esta obra algo tierno y desgarrador a la vez; en el aire frío de esta habitación, sobre estos muros fríos, alrededor de esta fría y fúnebre bañera, un alma revolotea … Esta pintura era un don a la patria afligida”.
Es muy ilustrativo este cruce de la pinturaby la literatura. Ampliacel abanico de las propias apreciaciones y conduce a la maravilla decdescubrir en lo ya visto , la novedad
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