Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún

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Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún

Esto no es una novela. “Si estuviera escribiendo una novela, en lugar de hacer un relato meramente testimonial”

                               [donde nos cuenta, a partir de un hecho, con el que comienza y con el que, trescientas cuarenta páginas después, termina: Pasionaria, Dolores Ibárruri, “va a leernos la cuartilla, a Fernando Claudín y a ti, Federico Sánchez”, en un castillo de Bohemia, en Praga, en 1964. Trescientas cuarenta páginas después; importa, hace al estilo. Va a leerles la cuartilla, porque lo que allí se discute es la expulsión de Federico Sánchez, junto a Fernando Claudín, del Partido Comunista de España (PCE). Discuten, todo esto parece ya ajeno: contra el subjetivismo del PCE, a favor de un análisis objetivo del desarrollo español; contra el stalinismo en sus muchas manifestaciones (desde, entiendan los que entienden, -y esto, vale aclararlo, porque hubo muchas oposiciones al stalinismo-, la idea de “capitalismo burocrático de Estado”); contra, en particular, Santiago Carrillo, máximo dirigente del PCE -también vale aclararlo: el narrador declara que se trata de “el tema de las relaciones del intelectual con el partido y, más ampliamente, con el movimiento obrero, es uno de los temas fundamentales de este intento de reflexión autobiográfica”- pero, también, busca saldar cuentas con la historia stalinista de Carrillo: en su versión de diez años después de dicha reunión, de 1974, dijo que Federico Sánchez se fue porque se sentía ahogado en la militancia clandestina, y quería dedicarse, como Jorge Semprún a ser escritor, así que, “pues bien, ya que Carrillo ha resucitado a Federico Sánchez, ya que ha convocado ese fantasma y lo ha sacado del olvido; ya que le ha dado visos de realidad, tendrá que apechugar con las consecuencias de su acto. Tendrá que confrontar su desmemoria con las memorias de Federico Sánchez”. Además, que se sepa: “Todos los temas obsesivos que me son personales: La clandestinidad, no solo como aventura, o sea como placer o goce de situarse fuera de toda norma, sino como camino hacia la conquista de una verdadera identidad. La política como destino individual, o sea como horizonte que no tiene por qué ser esencialmente el de la victoria y de la conquista del poder, perspectivas siempre secundarias, sino como un arriesgarse y realizarse, tal vez a través de la muerte libremente contemplada. La libertad, precisamente como factor decisivo de todo compromiso político y existencial”. Y, más allá de esta formulación, fue el encargado, entre muchos otros encargos implicados, del trabajo clandestino del PCE en España durante diez años entre 1953 y 1963. Y hasta aquí el contenido de las memorias, que mucho más tienen, por supuesto].

Pero lo debe aclarar una vez y otra vez.

Porque hay un narrador, un personaje -que existió y no existió-, un lenguaje, un estilo y estructura. Que hacen que, sin ser una novela, sea una novela, acaso, como el personaje -que existió y no existió-.

En la obra de teatro, ‘Soledad’, de 1947 de Jorge Semprún, “el personaje central de la obra, Santiago, era en cierto modo la primera encarnación imaginada de Federico Sánchez. Era un ente de ficción que preparaba mi acceso a la realidad -también cargada de rasgos ficcionales, sin duda- de Federico Sánchez. O sea … Federico Sánchez no iba de un puro azar de mi existencia, un avatar circunstancial, sino que expresaba una querencia muy profunda. Por eso tengo que habérmelas con él, con ese fantasma cargado de espesa realidad”. Nótese: un personaje de ficción, Santiago, “encarna” otro personaje que será verdadera encarnación, Federico Sánchez, real y no real, “cargado de rasgos ficcionales”, creado, y ahora narrado, por su autor, Jorge Semprún. Federico Sánchez, el nombre clandestino de Jorge Semprún, existió, y no existió (nunca la seguridad del régimen de Franco lo detectó), diez años, entre 1956 y 1966. Nace en una frontera, en los pasos clandestinos por la frontera. “El lago La Negresse era el hito fronterizo de mi vida, el que te separaba a ti mismo de mí. O a mí mismo de ti. Acuérdate del verano de 1956. Me acuerdo de que fue un momento privilegiado, de máxima ilusión, en mi vida política. En tu vida política, Federico Sánchez”.

Y ese “me acuerdo” es fundamental para lo ficcional del relato. Porque la memoria “es como una babuschka”, está, por ejemplo, en 1975 en La Haya, se acuerda cuanto estuvo en 1966, y en ese entonces se acordó de cuando había estado en 1937. Y hace a una técnica: “el truco del collage”. Que le permite empezar con un hecho y volver al mismo punto 340 páginas después. Lo que hace a un estilo: Era 1947, “y estabas tú. Bueno, no tú Federico: estaba yo: tú, Sánchez, no existías todavía: y a ninguno de los presentes sin duda podía ocurrírsele que existieras algún día”. Años después, 1969, “habían pasado muchas cosas desde aquella lejana noche de junio. Tú ya no eras Federico Sánchez. Había desaparecido ese fantasma. Tú eras de nuevo tú mismo: ya eras yo”. Y así, creando un personaje que existió y no existió, como narrador puedes “lucirte con algunas virguerías literarias … jugando con las posibilidades que ofrece el ir y venir de la memoria”. Y entonces, crea otro tipo de narrador, no aquel tradicional, y tan eficaz agregaría: “Si hubiera contado esta historia de Federico Sánchez por orden cronológico -como Dios manda, o sea como Dios escribe las historias, según el modelo estructural del Génesis- … Pero no he escrito esta historia por orden cronológico, tal vez porque no soy Dios, tal vez porque me aburren los modelos bíblicos y la falaz reconstrucción de una vida desde el principio hasta el final, tal vez porque la vida no tiene principio y fin, aunque tenga principios y fines. Sea como sea, he comenzado a escribir esta historia por el final, por el momento en que la diatriba que va a pronunciar Pasionaria expulsará a Federico Sánchez al oscuro olvido de las tinieblas exteriores”.

Esa mezcla, aquí militante y política, de realidad y de ficción que es la vida.

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