
«Estamos en el octavo círculo y, según parece, un falsificador le está mordiendo el cuello a un hereje mientras un demonio con alma de murciélago los sobrevuela con regocijo, y dos tipos de frente arrugada comentan desde un costado el festín. Calgaris nunca consiguió hacerme aficionado al arte, así que este paseo por el Museo de Orsay me parece un bodrio. Lo único que lo convierte en algo medianamente interesante es el padre Pablo, el amigo del papa Francisco, que está de pie frente al cuadro de un tal Bouguereau, con los brazos cruzados, su libreta negra contra el pecho y un lápiz que mordisquea como si fuera una golosina. ‘No se sabe si se devoran con furia o con deseo’, comenta el coronel y señala con su pipa apagada a los dos pecadores, desnudos y con sus musculaturas brillantes y marcadas, en un combate que de repente me parece sospechoso. ‘La teoría de los sodomitas’, responde Pablo volviéndose hacia nosotros, asintiendo con la cabeza y sonriéndonos con fingida cordialidad».