Los hijos del capitán Grant en Australia, de Julio Verne

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Los hijos del capitán Grant en Australia, de Julio Verne

Era la hora de despedirse.

En la costa, el valiente Thalcahue, “descendiente de aquellos araucanos que durante cuatrocientes años resistieron indómitos la conquista europea”.

En el mar, ya en el Duncan, el velero que traía desde Inglaterra la civilización y a su hermana Mary, Robert Grant, que con sus doce años llevaba “la suciedad y las fatigas de la travesía cruzando Sudamérica desde Talcahuano, en la costa chilena del Pacífico, hasta la desolada costa del Atlántico en la Patagonia argentina … fracasando en el objetivo de la aventura, rescatar a su padre, el audaz capitán Grant, náufrago en alguna costa desamparada y en poder de aborígenes crueles”.

Retornaba con un fracaso encima. Pero no importaba. Su “travesía de América del Sur” le había hecho vivir un asombroso “viaje por tierra de un océano a otro. El paso de la Cordillera de los Andes, el terremoto, la desaparición de Robert y su secuestro en las garras del cóndor gigantesco; el salvador disparo de aquel magnífico indio, Thalcahue; el asedio de los lobos rojos y la audaz maniobra de Robert; los campamentos indios y la pavorosa inundación. El refugio en el ombú… Tantas y tantas peripecias”.

No sólo eso: había esperanzas aún. El naufragio del Britannia, que transportaba al capitán Grant debía haber ocurrido en Australia, no en América del Sur como habían creído. Y hacia allí enrumbaban: Lord Glenavan dueño del velero, el profesor Paganel, el capital John Mangles, Robert, Mary, y lady Hellen.

Había aventuras, peripecias, y algo más también, entre el elogio del mar, “el mejor camino … el que ha establecido el parentesco entre todos los pueblos”; el elogio de una vida, solitaria pero plena, si quedara después de un naufragio en una isla desierta, “llevaría adelante una vida nueva”; el elogio de otra relación posible con la naturaleza, pues a aquella isla “no trataría de transformarla sino de relacionarme con ella, llegar a un pacto natural para que la isla aceptase que yo la haga mi hábitat”.

Desembarcan en Australia después de un naufragio, en la costa opuesta a la del supuesto naufragio del Britannia, y hacia allá se dirigen, una parte por mar con el Duncan, otra parte por tierra, donde conocerán a quienes les ayuden, pero también a quienes les traicionen. Y con la traición, “las huellas del capitán Grant parecían perdidas para siempre”.

Termina como comienza, con un fracaso, con una derrota. No por las peripecias y naufragios, pues a la partida no la “habían podido detener los elementos de la naturaleza indómita, acababa de ser derrotada en el continente australiano por la perversidad astuta de los seres humanos”.

Las peripecias son, siempre, las de las personas, con su nobleza y su maledicencia, su valor y su cobardía, su lealtad y su traición.

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