
“Es natural que cuando se habla de perfecta y mágica fusión ambiental, el recuerdo recurra a Las Meninas. Según el biógrafo más famoso y fidedigno de Velázquez, Palomino, la excelencia de este cuadro reside en su maravilloso realismo. Palomino recalca cuan extraordinario es en Las Meninas el fácil acceso al interior ‘típicamente Habsburgo, con un piso en el que casi se puede caminar’. A este respecto, nosotros creemos, apartándonos de Palomino en su apreciación y juicio sobre Las Meninas, que jamás la perspectiva de un cuadro ha sido concebida de un modo más irreal y con mayor potencia de invención. El cosmos de Las Meninas es un universo encantado, como una flor muy grande que ostenta al centro a la Infanta y sus damas. La aparente objetividad de este conjunto milagroso no ha sido alcanzado por Velázquez construyendo unos relieves sólidos y unos espacios y objetos que se pueden casi palpar, realísticamente, sino concibiendo el universo como luz y transmutándolo en cuerpos luminosos inestables. Acercándonos al cuadro no percibimos sino unos puntos que se apoyan en el vacío, algunas rayas, algunos relámpagos de luces rotas y desligadas. Todo esto constituye en la tela un contorno que se adhiere a los personajes como una atmósfera espacial. Las cosas están sumergidas en el espacio y palpitan de luz. Y es así como Velázquez ha llegado a expresar el infinito.
Pero la mayor contribución de Velázquez a la sensibilidad estética universal es ese sentimiento que envuelve como una ligera túnica todas sus creaciones: el sentimiento de la melancolía … en ningún artista o pensador contemporáneo suyo encontramos un adiós más conmovedor a un Imperio, adiós que se pronuncia con la cabeza erguida y el ánima triste …
En esa melancolía de Velázquez hay algo más que la estoica aceptación de su destino infortunado. La tragedia no estalla melodramáticamente, porque los príncipes no aparecen vencidos por los hombres, sino por las fuerzas ciegas que gobiernan el mundo y a las cuales es posible oponer solamente una resignación fiera y solitaria.
Pero el infranqueable cerco de soledad que circunda a los reyes y príncipes velazqueños tiene otro origen más complejo y ambiental. La soledad hunde sus raíces en la atmósfera de amargura y desengaño tan significativamente presente en la literatura de los moralistas y filósofos españoles del siglo XVII. Desconfianza en la bondad natural del hombre y concepción del mundo como un campo sombrío de ingratitudes, felonías y engaños …
Las formas creadas por nuestro pintor escapan de las telas, se salen de los marcos y cobran existencia en nuestra sensibilidad y memoria. Es como si presintiéramos que van a acabar en el instante que sigue con una vitalidad y un proceso temporal análogo al de los otros seres de la naturaleza. El espacio- tiempo es ahora la característica velazqueña, de sus formas fugadas, no solamente hacia el fondo como en sus épocas anteriores, sino hacia el futuro. Aquí descubrimos otra de las secretas razones de la tristeza de su obra: sus figuras se muestran llenas de vida, diríase alegres, más albergan en ellas la amarga almendra de la muerte. La menina Isabel de Velasco, inmortal figura a la derecha de la infanta, murió tres años después de pintado el cuadro. Si se observa con detenimiento su figura y toda la escena se verá que en el conjunto reina un espíritu alado de tramonto que justifica la extinción futura de cuanto hay allí representado”.