Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel

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Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel

En esos años, estamos en 1986, en Chile, trece años después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, “la historia política trenzaba emociones”.

Esta historia en la que están los protagonistas que todos conocen. La Primera Dama, Lucía, que con su “verborrea hostigosa” critica, opina, aconseja a su marido, y nada queda fuera de su boca, de sus críticas y de sus alabanzas. A Jorge Luis Borges, por ejemplo, por haber aceptado la condecoración, un caballero aceptándola y “dicen que sus libros son muy interesantes, pero la verdad, Augusto, yo no entendí nada cuando traté de leer el Olé, Hale, Alf. ¿Cómo se llama ese libro famoso?”. El propio tirano, por supuesto. La Radio Cooperativa, que, pensaba la Loca del Frente, “de tanto escuchar transmisiones sobre ese tema, había logrado sensibilizarse, emocionarse hasta vidriar sus ojos, escuchando los testimonios de esas señoras a quienes les habían arrebatado al marido, a un hijo, o algún familiar en la noche espesa de la dictadura”. El pueblo resistiendo, en esa “primavera del ’86. Un año marcado a fuego de neumáticos humeando en las calles de Santiago comprimido por el patrullaje. Un Santiago que venía despertando al caceroleo y los relámpagos del apagón; por la cadena suelta al aire, a los cables, al chispazo eléctrico”.

Y están los protagonistas que pocos o casi nadie conoce. La Loca del Frente llegó a “su casita flacuchenta”. Llegó el joven atractivo que le pidió guardar unas cajas pesadas, libros le dijo que tenía; y le pidió poder reunirse con otros jóvenes, a estudiar para la universidad, le dijo que era. Y ella aceptó, tan enamorada.

Ella, la Loca del Frente, que le contaba a Carlos su amor fulminante, en esas noches con sus amigos reunidos en una pieza, partes de su vida, le contaba “retazos de una errancia prostibular por callejones sin nombre, por calles sucias. Su son maraco al vaivén de la noche … que se desquita de la vida lijando con el sexo la mala suerte”; le contaba de su “corazón de niño colibrí”; le contaba de la madre muerta tempranamente, la violencia del padre con su “cinturón reformador. El decía que le hiciera hombre, que por eso te pegaba. Que no quería pasar vergüenzas, ni pelearse, con sus amigos del sindicato gritándole que yo le había salido fallado”, mientras lo violaba.

La Loca del Frente, tan enamorada, Carlos que aparece y desaparece, “después te explico”, ella muriendo de amor. Ayudándolo, siempre un poco más, sin preguntar, a un paseo, a la cuesta de Achupallas en el camino del Cajón del Maipo que siempre recorría el general con su escolta, ella preparando el picnic, él tomando fotografías, midiendo, haciendo planos; a entregar un paquete pesado y frio como el acero; también, a distraerlo con su amor contándole historias, cantándole boleros, cuplas, canciones. Le organizó un día el cumpleaños que soñaba; a la noche, ella con su melancólica felicidad, toma para olvidar, ¿qué cosa? “todo esto, dijo ella con tristeza, esta tarde, olvidar que la vida es tan mezquina y tan pocas veces te da estos raros momentos de felicidad”; y cuándo Carlos se durmió inconsciente por el alcohol, ella “con oficio de relojero” bajó el cierre del bluyín y se dedicó a su “oficio de amor”, lamentando triste que “nunca lo sabrá”.

Una tarde urgente, Carlos apareció brevemente, le dijo que si tenían que comunicarse en la clandestinidad, debían usar una contraseña: no más de tres palabras. “¿No me vas a decir que tú eres del Frente Patriótico Manuel Rodríguez? A estas alturas, murmuró Carlos, ‘somos’”.

Fue la emboscada, o el atentado, ahí discutían como llamarlo, y la Primera Dama rezongando que habían muerto siete escoltas y ningún guerrillero, pero el tirano salvó con vida. Debían pasar a la clandestinidad, dejar sus casas, algunos exiliarse. Un auto llevó a la Loca del Frente a Viña del Mar donde debía esperar en un bar. Estaba sentada, sin saber qué debía hacer. Una voz musitó en su oído: “¿tienes miedo torero?” Y después, despidiéndose, le preguntó, “¿te irías conmigo a Cuba?, y ella, “toda la vida te voy a agradecer esa pregunta”, pero, “lo que aquí no pasó, no va a ocurrir en ninguna parte del mundo … ¿te fijas cariño que a mí también me falló el atentado?” Esos protagonistas decisivos y anónimos; esa mezcla de amor y política; ese amor melancólico, capaz de agradecer, tan tristemente, tan conmovedoramente, “toda la vida te voy a agradecer esa pregunta”, esa propuesta, también agradecida, imposible.

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