
A partir de
Ladrones en la noche, de Arthur Koestler
Partieron al Sitio una noche de 1937 montados en un camión José, Simón y Dina junto a otros entonando “la canción de los pioneros galileos”: Inglaterra les había prometido un “hogar nacional” en Palestina”. Inglaterra los traicionaría, los vendería, y eso cambiaría todo. Mientras tanto, en el Sitio, la Torre de Israel para los hebreros, la Colina de los Perros para los árabes, construirían su comuna, en las tierras pantanosas, pedregosas, incultas, compradas por el Fondo Nacional constituido para ese fin con donaciones de sinagogas de todo el mundo, y las harían prósperas. Las tierras compradas pertenecían a la nación, se arrendaban por cuarenta y nueve años renovables, y con créditos y equipos para trabajar la tierra y construir la comuna que se pagarían en cuanto empezaran a producir. Tenían una historia. La primera comuna, K’vuzá Dagania, fue fundada en 1911 por diez muchachos y dos muchachas “que habían decidido poner en práctica la teoría y se embarcaron en el primer experimento de comunismo rural”. Para este año de 1937 había ya más de cien comunas con los mismos rasgos básicos: comedor, talleres y salas- cuna comunes, prohibición de emplear obreros, abolición de la moneda, el comercio y la propiedad privada, contribución al trabajo según las capacidades de cada cual y participación según sus necesidades. Ahora venían, muchos con aquellas mismas ideas, en otro entorno: huyendo de la persecución nazi que comenzaba en la Alemania de Hitler y se extendía por Europa; tras el movimiento de Retorno del doctor Herzl.
Otro entorno y la traición de Inglaterra. Primero, la Comisión de partición, que dividiría Galilea en dos mitades, una árabe y otra judía, que se arrastraría en el tiempo. Y con ello, se van radicalizando y formando extremos en cada lado, los patriotas árabes con sus ataques terroristas; la Organización Militar Nacionalista, Irgún, de los judíos, dirigidos por Bauman. Entre medio y entre tanto, discuten como afianzarse allí y que se cumpla la promesa de un “hogar nacional” que se les hizo: Será “por nuestros triunfos”, decía Rubén; “por cualquier medio que sea eficaz”, sostenía Simón; educando a los árabes e integrándolos a los sindicatos, defendía Naftalí. José oscilaba.
Pero tuvo que dejar de hacerlo. “A veces uno quiere correr a un país de clima moderado y gente moderada que no viva de absolutos. Aquí hasta el cielo está conforme con la ley de todo o nada: nueve meses de sol abrasador sin una gota de lluvia y tres meses de diluvio”. Sobre esta tierra de extremos, caería el abono de los ataques nazis y la traición inglesa. “¡Oh, Simón!, se lamenta José, ¿por qué no podemos quedarnos en nuestra Torre de marfil? Tú con tus árboles y yo con mis viejos zapatos y mi Pepys. ¿Es mucho pedir?”. Lo era. No ceja de clamarlo: “¡Oh, Dios, déjame como estoy! Dos veces nos han echado de España y convertido en una raza de eternos vagabundos … ahora que la rueda está volviendo, después de un círculo completo, con los rayos manchados de sangre seca, ¿no puedes detenerla por fin, por fin…?”.
No podría ser detenida. El nazismo redobla los ataques. Inglaterra, y el mundo con ella, rechaza los barcos con judíos huyendo de Europa. Y en el Libro Blanco de su majestad, se prohibía el ingreso total de judíos para 1944, con orden incluso de hundir los barcos a cañonazos, se establecía que se prohibiría continuar con la compra de tierras, que la población judía no podía exceder el uno por ciento de la población total, ni las comunas exceder un tercio del total del territorio.
Y José se uniría a Bauman y la Irgún, que unía política y religión, con un acento místico, manifiesto en el refrán de su himno: “Estos son los días de ira, las noches de sagrada desesperación: lucha por tu retorno al hogar, eterno vagabundo, tu casa repararemos y arreglaremos la lámpara rota”. Hasta que, en 1939, dos años después de iniciar la construcción de la Torre de Israel, llegó el “día de la visitación”, de un lado las manifestaciones pacíficas de Glickstein, de otro lado las acciones terroristas de Bauman, llamado así por el Consejo Nacional de la comunidad hebrea tomándolo de Isaías: “¿Y qué haréis en el día de la Visitación y en la desolación que vendrá de lejos? ¿Y a quién os acogeréis que os ayude?”.
Puede también, como pensaba José que “los judíos no eran un accidente racial, sino simplemente la raza humana llevada al extremo … Exiliados en Egipto, en Babilonia, y ahora en todo el globo, expuestos a medios extraños y hostiles, tuvieron que desarrollar rasgos particulares; no tuvieron tiempo ni oportunidad de formar esa capa de complacencia, de seguridad especiosa que hace al hombre insensible y olvidadizo frente a la trágica esencia de su condición … desprovistos de Espacio, se creyeron escogidos para la eternidad en el Tiempo … siempre en busca del Paraíso perdido”.
Esa unión poderosa, acaso temible, de ciertos rasgos particulares, de un entorno dado, de una voluntad de Paraíso; en un pueblo, acaso en cualquiera de nosotros.
(Editorial Abril. Traducción Oscar Varsavsky)
Ay la historia y sus ciclos. Es posible obturarlos?Cuanta injusta humanidad! A que promesas nos atamos cada uno y cada pueblo?
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