Píldoras de la crítica. Las hermanas Brontë, la decisión de convertirse en escritoras profesionales. Laura Ramos

Píldoras de la crítica. Las hermanas Brontë, la decisión de convertirse en escritoras profesionales. Laura Ramos

(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)

A pesar de todas las adversidades, sobre las que no nos extenderemos, pero la primera, ser mujeres, las hermanas Brontë y su hermano, tomaron una decisión que, contra toda esperanza, lograron llevar a buen puerto, y más allá de todo lo que imaginaran, resonando hasta el día de hoy.

“De vuelta a la rectoría para las vacaciones de Navidad, en diciembre de 1836, Charlotte llevó una propuesta, o una determinación. Junto al centellante fuego de la sala o sobre la mesa de amasar de la cocina, Branwell y Charlotte hablaron, se pusieron de acuerdo o discutieron sobre la posibilidad de convertirse en escritores profesionales. La pequeña oficina postal de Haworth iba a ser testigo de intercambios asombrosos.

Charlotte, que ya había atesorado experiencia suficiente como para estar segura de que aborrecía la enseñanza y que no abandonaría fácilmente su ambición de colonizadora, el 29 de diciembre escribió una carta a Robert Southey, el Poeta Laureado, y le adjuntó un poema (que no se conservan). Al mismo tiempo Branwell despachó un sobre dirigido al más grande poeta romántico inglés, William Wordsworth. Branwell no lo sabía, pero treinta y cuatro años antes Wordsworth había acogido, para conocer y alentar en su obra, a un joven que en muchos aspectos se le parecía, Thomas De Quincey …

Southey, un remanente de la vanguardia romántica, contestó a Charlotte una carta condescendiente y desalentadora, aunque celebró su pluma: ‘Usted posee evidentemente, y en grado considerable, lo que Wordsworth denomina “el don del verso”’. Pero le aconsejó dejar la escritura: ‘La literatura no puede ser la preocupación de la vida de una mujer, y no debe serlo’. … Southey hubiera merecido leer la entrada del viernes 11 de agosto del diario de Roe Head: ‘… ¿Estoy pasando la mejor parte de mi vida forzada a suprimir mi rabia ante la falta de ideas, la apatía y la hiperbólica estupidez de estos lerdos zoquetes, obligada a sostener un aire de amabilidad y paciencia?’. Southey le contestó una segunda carta, muy halagado, y la invitó a visitarlo en el Distrito de los Lagos, donde también vivía Wordsworth, que no invitó a Branwell: ni siquiera contestó su carta. ‘Pero no había dinero disponible’, le dijo Charlotte a la señora Gaskell, ‘ni la más remota esperanza de que algún día ganara yo lo suficiente como para disfrutar de tan inmenso placer, así que dejé de pensar en ello’.

La verdadera respuesta a Southey la escribió su personaje Jane Eyre diez años después: ‘En general, se cree que las mujeres son muy tranquilas; pero las mujeres sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercicio para sus facultades y campo para sus esfuerzos, igual que sus hermanos; sufren de reglas demasiado rígidas, del estancamiento absoluto, precisamente como sufrirían los hombres; y es una estrechez de criterio en su prójimo más privilegiado el decir que ellas deben limitarse a hacer tortas y tejer medias, a tocar el piano y a bordar carteras. Es insensato condenarlas, o reírse de ellas, si buscan hacer más o aprender más que lo prescripto por el hábito’”.

El rechazo de Southey, y el rechazo silencioso de Wordsworth, no las desalentó: empezaron a escribir sus novelas: “Fue en ese otoño de 1845 cuando se estima que Emily empezó a escribir Cumbres Borrascosas. Anne trabajaba en su novela autobiográfica Agnes Grey y Charlotte en El profesor, que le debe mucho a «The Wool is Rising», un texto de Branwell de 1834. Con el humor cáustico que ya tenía a los diecisiete años, Branwell describió la atmósfera de las fábricas de lana y los molinos del Norte con tal genio costumbrista que Charlotte volvió a echar mano a esos manuscritos mucho más adelante, en la escritura de Shirley de 1848. La correspondencia de Charlotte confirma que las tres hermanas escribían por las noches, y que cada una leía a las otras fragmentos de sus novelas en voz alta, mientras caminaba de un lado a otro a lo largo del saloncito de la planta baja. Pero no habían procedido así con los poemas, según parece. Una tarde o una noche, después de copiar un poema nuevo, Emily olvidó guardar su libreta y salió a hacer un recado, o se fue a dormir”.

Y no fue ese comienzo lo que las lanzó, fue este descubrimiento de los poemas de Emily. “Charlotte leyó los cuarenta y tres versos de un tirón, hechizada, y sintió un pasmo semejante a ‘un vuelco en el corazón, como el que me asalta al escuchar el sonido de una trompeta’”.

Entonces, “’Acordamos hacer una breve selección y, de ser posible, darlos a la imprenta’. La edición debía ser financiada por ellas, no había duda … Emily impuso como condición el uso de seudónimos. ¿Cómo no querer ocultar ante el párroco sus blasfemias? ‘Ocultamos nuestros nombres bajo los de Currer, Ellis y Acton Bell: la elección ambigua fue dictada por una especie de escrúpulo de asumir nombres positivamente masculinos. Si no declarábamos que éramos mujeres —sin pensar en esa época que nuestra manera de escribir y de pensar no era lo que se conocía como “femenino”— era porque teníamos una vaga impresión de que las autoras mujeres podían ser leídas con prejuicio’”.

Otro revés: los Poems vendieron solo dos ejemplares.

Pero siguieron perseverando, y teniendo que vencer nuevos obstáculos: una a una y hasta cinco editoriales rechazaban los manuscritos de sus novelas. Pero, en ese momento, y después de haber al menos cinco editoriales rechazados los manuscritos de sus novelas, “llegó una carta de Thomas Cautley Newby, el dueño de una pequeña editorial de la calle Mortimer, en Cavendish Square, la última en recibir los manuscritos. El señor Newby afirmó estar dispuesto a publicar las novelas y ofreció a los señores Bell una edición de trescientos ejemplares, para la cual los autores debían adelantar cincuenta libras, que serían reembolsadas una vez vendidos los primeros doscientos cincuenta. En opinión de Charlotte, más que desventajosa, la oferta era fraudulenta, pero Emily y Anne la aceptaron.”

Y llegó el éxito y el reconocimiento literarios.

(Branwell, finalmente, no participaría de esto. Más allá de las circunstancias de sus vidas, según la autora, se trató de un “fratricidio”, literario, de Charlotte, que no lo incluyó en las ediciones posteriores de sus obras, ni lo mencionó en la reseña biográfica que hizo tras las muertes de Emily y de Anne).

Laura Ramos

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