Otelo, el moro de Venecia, de Shakespeare

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Otelo, el moro de Venecia, de Shakespeare

“Aunque las cosas grandes sean el objeto verdadero de las almas humanas, precisan estas, no obstante, luchar con las cosas inferiores. Así suele ocurrir”.

Y así ocurrió.

Venecia está en guerra con el turco. Al mando de sus fuerzas designa al noble, valiente, puro, capaz de controlar sus emociones en el combate, Otelo, el moro, a quien envía a Chipre y quien designa como su segundo a Cassio.

Los asuntos del Estado ocupaban así a todos. Las “cosas grandes” ocupaban así a todos. Pronto irrumpirían, sometiéndolas, “las cosas inferiores” (¿o no tanto?).

El senador Brabancio denuncia que Otelo, el moro, sedujo a su hija Desdémona con artes mágicas, pues era inexplicable que ella hubiera rechazado a los más ricos y galanes para irse con un ser “denegrido hecho para inspirar temor y no deleite”. Así que, habiendo ido al Senado a denunciarlo, aclara que “no me ha levantado del lecho … el interés público … porque mi dolor particular es de una naturaleza tan desbordante … que engulle y sumerge las demás penas”.

Otro sentimiento desbordante amenaza el interés del Estado, el interés de las cosas grandes: La designación de Cassio despertó el rencor, el odio, la sed de venganza de Yago, su alférez, quien creía merecer el alto puesto. Y nada dejará de hacer, demonio, para perjudicar a Otelo, recurriendo a las cosas inferiores, los más bajos sentimientos: despertar sus celos contra Cassio. “¡Ya está! ¡Helo aquí engendrado! ¡El infierno y la noche deben sacar esta monstruosa concepción a la luz del mundo!”.

Otelo, los celos, sí. “Una vida de celos, cambiando siempre de sospechas a cada fase de la luna”, vida imposible; “los celos son un monstruo que se engendra y nace de sí mismo”, capaz de las mas temibles violencias.

Pero, también, Otelo, los mecanismos de la conspiración movida por el odio resentido de los más bajos sentimientos.

¿Cuáles son los mecanismos que pondrá Yago en movimiento? Presentar él mismo sus propios lados débiles, “es una enfermedad de mi naturaleza sospechar el mal”, para que los otros los nieguen y sigan creyéndolo honrado; la habilidad pérfida, introduciendo, advirtiendo -nombrando para que sus víctimas le pongan nombre- lo que deben sentir, “¡Oh mi señor, cuidado con los celos!”; insinuando las pruebas que su víctima necesita, “vigilad a vuestra esposa”: si engañó al padre manteniendo ocultos sus amores con Otelo, de qué más engaños será capaz; mintiendo abiertamente, contándole cómo habla dormido Cassio de Desdémona; corrompiendo, a Emilia su mujer, acompañante de Desdémona, para que le robe el pañuelo que Otelo le regaló como prenda de amor y que dejará en la habitación de Cassio.

Y, ¿cuáles son los cimientos que hacen efectivos los mecanismos de la conspiración?

Son las más bajas y pequeñas de las ambiciones. Emilia, la mujer de Yago las vislumbra: “¡Que me ahorquen si no hay algún sempiterno villano, algún bellaco bullicioso e insinuante, algún granuja lisonjero y mentiroso que le ha imbuido esta idea en la cabeza para obtener un empleo!”.

Pero hay otras dos, al menos, no tan circunstanciales.

El poder de las palabras es uno. Con las palabras, contando sus historias guerreras, y no con artes mágicas, había enamorado Otelo a Desdémona. Con las palabras susurradas a los oídos del valiente almirante, había despertado Yago los celos en Otelo.

La otra, la debilidad de las muchas facetas, contradictorias, que somos cada uno de nosotros, haciéndonos vulnerables a los conspiradores. “¡No soy lo que parezco!”, proclama Yago, a la vez que sentencia que “los hombres debieran ser lo que parecen. ¡Ojalá ninguno de ellos pareciese lo que no es!”.

Y en esa doblez descansó la sangrienta tragedia.

Yago, a quien todos creen honrado, es el conspirador movido por el resentido odio.

Cassio, a quien creerán traidor por seductor, es el más honrado amigo.

Desdémona, a quien creerán traidora, es la más amante mujer; y será su bondad la que utilizará Yago para su venganza: la impulsará a interceder por Cassio, apartado por las celosas sospechas no confirmadas de Otelo de su lado, para rehacer la amistad rota, sin saber de las sospechas de Otelo, y así confirmándolas, por ese interés que mostraba.

Otelo, el noble, el valiente, el firme capitán en quien no hacen huella las pasiones, será dominado por las pasiones, él, el puro; pero, “¿quién tiene un corazón tan puro donde las sospechas odiosas no tengan sus audiencias?”.

La sangre correrá. Heridos quedan Cassio y Yago, muertos Otelo y Desdémona.

Las cosas inferiores, acaso tan decisivas como las cosas grandes en la vida de las naciones.

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