
Píldoras de la crítica. La coincidencia de vivir y leer en Cien años de soledad. Ariel Dorfmann
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
“Esta estructura iterativa no es extraña si notamos que el libro mismo, Cien años de soledad, es un acto profético de Melquíades, y que el gitano logró transcribir todos los acontecimientos de la familia cien años de que sucedieran: cuando Aureliano, al final, lee este manuscrito, se va cumpliendo en la acción lo que él está leyendo …
Esta simultaneidad preexistente del futuro en las palabras de Melquíades, ese ser que ‘parecía conocer el otro lado de las cosas’ , ayuda a explicar el modo en que se organiza y se presenta la sustancia narrativa en el tiempo. El comienzo de la novela ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo’, sirve de base a todos los desplazamientos temporales que sobrevendrán. La repetición de la fórmula ‘muchos años después, X recordó’ durante toda la novela, junto con una serie de anticipaciones del narrador acerca del futuro transcurso de los acontecimientos, no es sólo una forma enhebrar el pasado desde la asociación rememorativa y nostálgica de un personaje, sino también un modo de indicar la coexistencia de ese futuro y ese pasado …
La omnisciencia del narrador no es un recurso únicamente técnico: su modo de conocer la realidad y transmitirla es inmanente al desarrollo del mundo de los personajes. El futuro ya existe porque todo es palabra, todo es ficción de antemano en las bocas- pergaminos de Melquíades y ya se ha vivido mentalmente toda la historia, se puede anticipar y recordar sin esfuerzo, intercomentando diferentes momentos, donde la mirada que todo abarca, que todo convierte en imaginación, garantiza la presencia de lo mágico y de lo sobrenatural como verosímiles y normales …
Toda la novela se tensa desde la búsqueda de la omnisciencia, el deseo de los personajes de ser narradores de su propio existir. Y cuando el último Aureliano consigue esto, se convierte en lector y narrador de sí mismo, se hace ‘espejo hablado’, ingresa a la libertad absoluta e inútil, y lo que verdaderamente encuentra al otro lado del conocimiento es la muerte, ese punto donde todo se sabe porque todo ya terminó, esa nada carente de acción, esa pura contemplación de lo que se agotó y jamás podrá ocurrir nuevamente.
Leer y vivir vienen a ser, por un mismo instante, la misma cosa …
El Aureliano, personaje del libro de Melquíades, existente únicamente en los pergaminos, se identifica y se hace idéntico con el Aureliano que está leyendo ese libro. Aureliano lee la frase ‘Aureliano lee la frase’, y sus acciones de ser real coinciden con sus actos de ser ficticio …
La historia de Macondo termina con la última frase del libro que narra la historia de Macondo, tal como una novela se acaba cuando se lee la palabra ‘fin’: porque ambos tiempos, el real y el ficticio, pueden coincidir”.