Agnes Grey, de Anne Brontë

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Agnes Grey, de Anne Brontë

Hay la historia de una institutriz, Agnes Grey, hija de un párroco pobre que al caer enfermo y antes adquirir una fuerte deuda se decide a ayudar a su familia empezando, joven, este duro trabajo. Hay las historias, de las que fue testigo como institutriz, de jóvenes ricas vanas, superficiales, como Rosalie Murray; de sus madres que siguen arreglando matrimonios por conveniencia, no escuchando el corazón, sino calculando el patrimonio de sus novios, y de padres ausentes, violentos, indiferentes. Hay la historia moral de los estilos de vida cristianos y virtuosos, como el asistente de párroco Weston, contrapuestos a la insolencia de la riqueza advenediza de comerciantes como los Bloomfield y aristócratas como los Murray.

De todo esto quieren hablarnos estos diarios que Agnes Grey se decide a publicar, de estas memorias que nos comparte, de estos testimonios que nos instruyen. Es que -y esta es la literatura que quiere [hoy tan denostada, pero siempre presente y necesaria diría]-, “no está en mi propósito, al escribir estas últimas páginas, ser entretenida, sino beneficiar a aquellos a los que pueda concernir … si de estas páginas algún padre ha obtenido algún buen consejo o si alguna infortunada institutriz ha obtenido un pequeño beneficio, yo me sentiré recompensada”.

Y también quiere hablarnos del paso a la independencia y la valoración de sí misma. Cuando se decidió a comenzar a trabajar con sus dieciocho años, pensaba “en lo delicioso que sería convertirme en institutriz, salir al mundo, empezar una nueva vida, tomar mis propias decisiones, desarrollar las facultades que tenía sin usar, probar las capacidades que tengo y que no conozco, ganarme mi propio salario y un poco de confort y ayudar a mi padre, mi madre y mi hermana”.

Y también quiere hablarnos del camino que lleva a conquistar esa independencia y esa valoración de sí misma. ¿Cómo es ese camino?

Era un camino arduo y lleno de tribulaciones. Están las circunstancias, casuales y de la época; ¿pero no está la vida hecha de circunstancias? “Mis alumnos no tenían mayor noción de lo que era la obediencia que un potro salvaje e indómito”; los padres no le otorgaban el poder de castigar que se reservaban para sí, por lo que “la Paciencia, la Firmeza y la Perseverancia eran mis únicas armas”. Pero, “mis mejores intenciones y más denodados esfuerzos parecían no dar mejores resultados que causar risa a los niños, insatisfacción a los padres y un tormento para mí”.

Era un camino de humillaciones. Niños caprichosos protegidos por su fortuna la podían maltratar. “A veces me sentía degradada por la vida que llevaba y avergonzada de tener que someterme a tantas humillaciones y otras me consideraba una tonta por preocuparme tanto por ellos”. Apenas por encima de la servidumbre, era integrada a los paseos y a ciertos eventos familiares, pero debía caminar unos pasos detrás de ellos, que hablaban entre sí como traspasándola, como si no estuviera allí entre ellos, como si fuera invisible. “Ninguno siquiera notaba mi presencia … Ellos hablaban por encima de mí o a través de mí … También era desagradable caminar detrás. Era como si yo misma reconociera mi propia inferioridad”. Había que postergarse cada vez, podía, por ejemplo, en los paseos, un día ser llevada con ellos en su carruaje, y al otro dejada abajo y tener que ir a pie, según el capricho del momento. Pero, “la mejor política era someterse y complacer, como corresponde al papel de una institutriz, ya que dar satisfacción a su propio placer era el de las alumnas”.

Hasta que ya sería suficiente de todo eso. Lo dejó, y con su madre, ya viuda, abrió una escuela propia en un pueblo cercano al mar que tanto le gustaba, y caminando un día se encontró con el antes asistente de párroco Weston y pudieron admitir que se amaban.

Un camino arduo y lleno de tribulaciones. ¿Cómo lo recorrió? ¿Alcanzó la inicial búsqueda de su independencia y la valoración de sí misma? Lo recorrió manteniéndose fiel a sí misma, contraponiendo a aquellas insolencias sus propios valores en los que se apoyaba. Lo alcanzó poniéndole fin y empezando un nuevo camino.

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