
A partir de
Escuela de Robinsones, de Julio Verne
William W. Kolderup, multimillonario extremadamente rico, compró en una subasta del Gobierno de Estados Unidos la isla Spencer, ubicada en una zona cercana pero desierta del océano Pacífico, próxima a la costa de California, donde vivía. Tal vez, por el solo hecho de poder hacerlo. Ya le daría un inesperado uso.
Tras la subasta en su lujoso hotel, están su amada ahijada Phina Hollaney a la que cuidó desde que quedó huérfana, y su amado sobrino Godfrey Morgan a quien también cuidó desde que perdiera a sus padres. Esperaba casarlos pronto.
Se amaban los jóvenes, pero Godfrey tenía otros planes. Quería viajar, sino, “¿sabe si podrá salir de apuros en diversas situaciones, en que podría ponerle un viaje de larga duración? Si no ha gustado un poco la vida de aventuras, ¿cómo va a atreverse a responder de sí mismo?” Un viaje para “ver observar e instruirse es indispensable complemento de la educación para los jóvenes”.
Además de este desafío juvenil a sí mismo, ponerse a prueba, poner a prueba el mundo, Godfrey había llenado su cabeza de libros de viajes. “¡Llegar a ser un Robinson! ¿Qué imaginación joven no ha contado un poco con eso, de la misma manera que Godfrey lo había hecho, leyendo las aventuras de los héroes imaginarios de Daniel Defoe o de Wiss?”.
Y partieron entonces en el “Dream”, con el capitán Turcotte y su tripulación de 18 hombres, además de Tartelett, el profesor de danzas que enseñaba a Godfrey y Phina trabajando para Kolderup quien lo había asignado para acompañar a su sobrino.
Pocos días después, encallan, el barco va a hundirse, el peligro de arrastrar al fondo del mar con su hundimiento amenaza a todos, el capital Turcotte arroja al agua a Godfrey, que logra trepar a una roca, aguardar toda la noche allí, hasta ver al amanecer una costa cercana a la que logra llegar. Encontrará allí un cuerpo en la orilla, de Tartelett. Juntos, por seis meses vivirán en esa isla, a la que Godfrey bautizará “Phina”.
Tres cosas los salvaron.
Una filosofía práctica: “Soportar lo que no se puede impedir es un principio de filosofía que, si no conduce al cumplimiento de grandes cosas, es desde luego, eminentemente práctico. Godfrey estaba, pues, determinado a subordinarlo en adelante en todos sus actos”.
La providencia: haber encontrado el gigantesco secoya donde construyeron una habitación y un campamento, haber encontrado a las varias semanas un cofre bien provisto.
La protección poderosa y millonaria de su tío, con el uso imprevisto que dio a la isla Spencer.
Cuando encontraron al salvaje Carefinotu, Tartelett quiso llamarlo “Miércoles”, por el día que lo encontraron, y por “Viernes” el nombre que el Robinson Crusoe de Daniel Defoe le dio.
La respuesta de Godfrey, varios siglos posteriores a la de Robinson Crusoe, fue muy otra: lo llamarían por su nombre, Carefinotu.
La experiencia también fue distinta: protegida, artificial, en la isla Spencer, siempre bajo la supervisión protectora del tío Kolderup.
Una diferencia entre vida y experiencias, privilegio de algunos; ¿preferible una por sobre la otra?
(Biblioteca Básica Salvat. Traducción de Luis Alba de la Cuesta)