
A partir de
El terremoto en Chile, de Heinrich von Kleist
Jerónimo y Josefa “en una tranquila noche sirviendo de escena el jardín del cementerio, alcanzaron su total felicidad”. Por eso ahora, “en Santiago, la más importante ciudad del Reino de Chile, justamente cuando se producía el gran terremoto del año de 1647, en el que tantos seres perecieron, estaba atado a una pilastra de la prisión el español Jerónimo Rugera”: había decidido acabar con su vida al enterarse que su amada Josefa sería decapitada por haber quedado embarazada y dado a luz imprevistamente en una ceremonia religiosa.
Y fue cuando, colgando de la pilastra “que le sacaría de este valle de lágrimas … de repente, hundióse la mayor parte de la ciudad, con un crujido como si el cielo se derrumbase y todo lo que alentaba vida quedó sepultado en las ruinas”.
Aprovechó la ocasión para huir de la prisión, iba corriendo por la ciudad y veía que “aquí yace un montón de cadáveres, allá se oye una voz plañidera entre las ruinas, acá se oyen los gritos de la gente encaramada en los tejados ardiendo, allí hombres y animales luchan con las olas; ora un hombre de coraje se lanza a salvar a alguien, ora otro, pálido como la muerte, extiende mudo las manos trémulas al cielo. Cuando Jerónimo estuvo a las puertas de la ciudad y pudo alcanzar una colina cayó sin sentido sobre la tierra”. Poco después, se echó a llorar rebosante de alegría: estaba vivo entre tanta muerte.
Pronto vio el anillo de su amada en su dedo, volvió, preguntó por ella, le aseguraron que había alcanzado a ser decapitada, “su pecho volvió a llenarse de congoja, y se arrepintió de su alegre oración y le pareció terrible el Ser que reinaba desde el firmamento”, huyó al bosque, pensó en colgarse de un árbol, pero viendo gente huir, iba detrás de cada mujer esperando encontrar a Josefa. La encontró finalmente, con el niño recién nacido al que había alcanzado a salvar.
“Mucho se emocionaron al considerar cuánta desgracia había tenido que caer sobre el mundo para que ellos pudiesen ser dichosos”. Es más, se encontraron con las distinguidas familias que hasta hacía poco les habían condenado por sus amores. Pero ahora ya eso no importaba, mutuamente se cuidaban en sus desgracias, pues “aunque todos los bienes terrenales se destruían en aquellos odiosos instantes y la naturaleza entera amenazaba desplomarse, en verdad le parecía que el espíritu humano, tal una bella flor, volviera a renacer … como si la desgracia general los hubiera agrupado en una gran familia en lugar de las intranscendentes conversaciones que son corrientes en los comensales cuando se reúnen en torno a una mesa”.
Pero, repuesta la civilización y sus rituales, volverían sus desgracias. La iglesia de los dominicos quedó en pie, se llamó a una misa, y allí, el fanatismo se reavivó: se denunció la presencia de Jerónimo y Josefa, que terminaría con sangre.
Un terremoto, y esa ilusión del romanticismo de que una fuerza de la naturaleza sea capaz de derrumbar los horrores de la civilización que aplasta el espíritu humano, bella flor que merece volver a florecer, aunque sea por unos instantes.
Profundamente ligado ala frivolidad, el desprecio y la crueldad. Tambien en un punto alienta esperanza. Cuantos terremotos en el alma tendria que haber?El hombre en busca de sentido
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